Literatura

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«Los siete pilares de la sabiduría»

La Razón
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Había encontrado referencias a la obra en diversas publicaciones, pero, a pesar de mis continuados esfuerzos, nunca había conseguido encontrarla en una librería española. Como mucho, había encontrado «Rebelión en el desierto», pero todo el mundo sabía que aquello no pasaba de ser un resumen para jóvenes. Me topé, finalmente, con «Los siete pilares…» en París, en julio de 1975, durante el viaje de fin de bachillerato. Creo recordar que mis compañeros habían parado a hacer no sé qué y que yo aproveché para entrar en una librería y echar un vistazo. Allí estaba. En dos volúmenes inmaculadamente blancos en cuya portada aparecía un retrato a plumilla de T. E. Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia. Era caro y dejó maltrecho mi escaso peculio, pero no dudé en comprarlo.
Fue aquel un verano de museos y monumentos en el que mientras mis compañeros iban a algún «streap-tease» y a ver películas como «Enmanuelle», yo me adentraba en las aventuras del oficial británico en el desierto y en los vericuetos de la Primera Guerra Mundial.
Fue la primera lectura, porque luego he regresado al libro una y otra vez tanto en español como en inglés, haciéndome incluso con una primera edición. A pesar de que han pasado más de tres décadas, sigue siendo uno de mis libros de cabecera. No se trata sólo de que esté magníficamente escrito o de que aparezca descrita con más o menos objetividad la rebelión árabe contra el poderío turco en la Gran Guerra. Fundamentalmente, aparece descrito un gran sueño vivido hasta el límite, tan al límite que pudo costarle a Lawrence la propia vida y que, en no escasa medida, le acabó costando la razón. Fue un sueño dotado de una enorme grandeza no sólo porque la obra está dedicada a una egipcia a la que Lawrence había amado tiempo atrás, sino, sobre todo, porque se cumple la máxima que el propio combatiente trazó, aquella que decía que hay dos clases de soñadores, los que sueñan mientras duermen y los que lo hacen despiertos. Éstos últimos son los verdaderamente peligrosos. Afortunadamente.