Benedicto XVI
Un beso que no tiene precio
A las 13:17. En ese momento, el Papa detiene su camino en la nave central de la catedral para bendecirles con la señal de la cruz y darles un beso a dos niños: María, de tres años, y Rafa, de cinco, alumnos de las Calasancias de La Coruña. «No me voy a lavar la cara en una semana», le dice de manera espontánea la pequeña a su madre, Luci, que les ha acompañado en esta aventura que ha sido compartir la acogida de Benedicto XVI en la morada del Apóstol Santiago.
Cuando me propusieron venir con ellos, hubo quien me dijo que estaba loca, que se iba a aburrir en un acto tan solemne. Sin embargo, decidí seguir adelante porque mis padres me trajeron cuando yo tenía seis años en el viaje de Juan Pablo II en 1982», comenta Luci. «Aquel día nos tuvimos que levantar a las tres de la madrugada, llovía y todo estaba lleno de barro, fue una odisea, pero guardo todo aquello como uno de los recuerdos de mi infancia», explica emocionada y nos desvela que ayer, al despertar, Rafa le preguntó: «Mamá, ¿el Papa es más bueno que Jesús?». Respuesta materna: «Casi, casi, es uno de sus mejores amigos».
Pero Rafa insiste: «¿Y tan bueno como el publicano?». Y ahí su madre también asiente, consciente de que en el colegio de las Calasancias de Coruña, donde estudia, han trabajado esta semana la parábola evangélica del cobrador de impuestos y el fariseo. Solucionado el problema que le inquieta, con esa misma espontaneidad y describe al Santo Padre después de su breve pero intenso encuentro. «Le vi muy sonriente, pero es un poco pequeñajo», recuerda ante su padre, también Rafael. «Es normal que diga eso, está acostumbrado a verme a mí que soy tan grande, que la unidad de medida la tiene confundida», apostilla el recién nombrado secretario del Consejo diocesano de Pastoral de Santiago. «Es fuerte», es lo único que acertaba a señalar después de recibir por la tarde la comunión en la plaza del Obradoiro. «Me ha impactado que dijera que venía con la humildad del peregrino. ¿Qué líder mundial es capaz siquiera de incluir la palabra "humilde"en sus discursos?», explica Rafael, asombrado por el dominio del gallego y el castellano del Papa, pero sobre todo, orgulloso de ver a sus hijos con una sonrisa de oreja a oreja porque ese hombre «menudo» que es el Santo Padre se detuviera para darles su bendición.
✕
Accede a tu cuenta para comentar