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Los «otros» clásicos de la novela negra

La popularidad del género hace que las editoriales recuperen grandes obras inéditas en castellano

La Razón
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BARCELONA– Si tres hombres monstruo de cuatro metros de altura se sientan justo enfrente tuyo en el cine, lo más seguro es que no veas un pimiento de la película. Si lees a Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle o Dashiell Hammet, o cualquiera de los grandes mitos de la novela negra, puede que tampoco puedas ver la película. ¿Pero qué película? La gran película del género, aquella que demuestra la multitud de obras maestras que ha arrastrado desde finales del siglo XIX. Durante años, el desprestigio del género hizo que los grandes maestros se lo quedasen todo, pero la reciente popularidad de la novela criminal ha conseguido que las nuevas editoriales se atrevan a rescatar esas obras maestras ensombrecidas por los grandes maestros.

Ejemplo claro es «El sombrero del cura», del italiano Emilio de Marchi, que la editorial Ginger Ape Books recupera ahora. Publicado por entregas en 1887, fue uno de esos éxitos instantáneos a nivel mundial, a medio camino del folletín, la novela gótica y el misterio criminal. Su oscuridad, su percepción psicológica, su Nápoles encharcado en crímenes sin resolver es una de esas pequeñas obras maestras que pocos ya conocen. Ahora sólo falta que una editorial rescate del olvido «Los misterios de Paris», de Eugene Sue, folletín por autonomasia, obra maestra indiscutible, y gran retablo decimonónico del mal en las grandes urbes, una especie de «The Wire» sin policías, para que la proto novela negra esté bien representada en las librerías.

Unos pocos años después, en 1895, el británico M. P. Shiel publicaba «El príncipe Zaleski» (Edhasa), el primer y único detective decadente de la historia. Comparado a veces con Sherlock Holmes o con el Auguste Dupin, nuestro príncipe es un hombre brillante, aburrido de la vida moderna, que vive encerrado en casa y que recibe pocas visitas. Uno de los pocos a los que sí ve es el propio Shiel, que le cuenta diversos misterios que han conmocionado a la opinión pública. Sin ni siquiera salir de su habitación será capaz de resolver el crimen gracias a su gran cultura y capacidad deductiva, dejando a Sherlock Holmes como uno de esos tontitos que señalan todo lo que ven.

Ya en plena época dorada del «hard boiled», el estadounidense John Franklin Bardin publicó en 1946 «El percherón mortal» (Elia Ediciones), una historia llena de tensión donde nada es lo que parece hasta el mismísimo final. La novela arranca con un millonario que visita a un psiquiatra y le cuenta que tres duendes enanos le dan dinero para que grite en la ópera o para que reparta 25 centavos a la gente. «¿Sólo quiero saber si estoy loco?», le preguntará e involucrará al psiquiatra en una aventura desconcertante, tétrica y llena de quiebros psicológicos.

Detectives ingleses
Dentro de la típica novela de «misterio que resolver» británica, tan bien representada por Agatha Christie o Anthony Berkeley, la editorial Impedimenta presenta «La juguetería errante» y «Un canto de cisne», dos novelas de Edmund Crispin protagonizadas por el detective aficionado Gervase Fen. Excéntrico, siempre a bordo de su coche, el Christine III, sus aventuras, con ciertos toques de humor hacen las delicias de los aficionados al género y a los que no lo son. De la misma estirpe, pero anterior, hay que reivindicar el recate de «El misterio de Big Bow», de Israel Zangwill.

Por último, hay que añadir a la lista a autores que reanimaron el género en los 70 como George V. Higgins, que Libros del Asteroide ha recuperado «Los amigos de Eddie Coyle» y «Mátalos suavemente», antecedente claro a la locura dialéctica de Tarantino, o John Gregory Dunne y su «Confesiones verdaderas» (Roja & negra), novela preferida de James Ellroy.