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Roma ciudad abierta

Imposible de abarcar en una sola vida. Así retrata el historiador Robert Hughes a la capital de Italia, cuya monumental historia recorre palmo a palmo«ROMA. UNA HISTORIA CULTURAL»Robert HughesEditorial crítica608 páginas. 32 euros. 

Anita Ekberg en la escena cumbre de «La dolce vita» (1960) de Fellini.
Anita Ekberg en la escena cumbre de «La dolce vita» (1960) de Fellini.larazon

La paradoja de Roma –escribe Robert Hughes en este apasionado y apasionante ensayo– radica en que uno «se siente pequeño» y a la vez «muy grande». ¿Cuántas vidas necesitaría un simple ser humano para conocerla? «Roma: una vita non basta», reza con razón el dicho. De ahí la dificultad de abarcar con una simple mirada a la «ciudad eterna», un lugar tan lleno de historia, magia y belleza que desborda aparentemente todo límite. Tal vez todos los caminos conduzcan a Roma, pero hacerla justicia es posiblemente tan difícil como ser justo con la historia de la Humanidad en su conjunto. No en vano se denomina «síndrome de Stendhal» a la enfermedad, causada por la sobredosis de belleza artística, pinturas y obras maestras, que, según parece, el escritor francés sufrió bajo su experiencia romana.

Un viaje de formación

Por ello, que un crítico de arte moderno tan polémico e incómodo como el australiano Robert Hughes se haya acercado a Roma, quintaesencia de los valores clásicos, puede sorprendernos a primera vista. ¿Qué hace el autor de ensayos imprescindibles de las últimas décadas como «La cultura de la queja» o «El impacto de lo nuevo» reflexionando sobre la ciudad artística por antonomasia? En realidad es fácil de explicar. ¿No ha sido siempre el viaje a Italia una etapa de formación obligatoria para todo buen intelectual?; siguiendo las huellas de Goethe, para lo más granado de la «intelligentsia» europea y americana desde el siglo XVIII, de Byron a Shelley, de Freud a Thomas Mann, visitar Italia y, sobre todo, residir un tiempo en Roma, era simplemente una obligación.

Ciertamente, el ensayo, un intento hercúleo de registrar el arco temporal que va desde la fundación de la ciudad a la vulgaridad irritante del «berlusconismo», nos ofrece la mejor cara de Hughes: el ingenioso y apasionado por las exigencias de la belleza, el amante de la digresión inteligente y el escritor extremadamente culto. La ciudad de Roma sirve, en esta ocasión, al crítico para desarrollar así pues una profusa reflexión sobre el sentido de la belleza y de su destrucción, un grandioso ejemplo de cómo dar forma física a la idea de arte «no simplemente como algo etéreo para la élite, sino como algo estimulante, incluso práctico».

Absténgase de acercarse a este libro aquellos que solo busquen un libro más de viajes para ir a visitar la urbe durante un fin de semana. El lector no sólo encontrará en estas páginas un recorrido por los lugares más conocidos; ante la curiosa mirada de Hughes, Roma también aparece con muchos de sus secretos al descubierto. No es éste el único mérito de un libro que no busca tanto dar argumentos para satisfacer el reconocimiento como brindar una imagen de la ciudad desde ángulos más bien inéditos. Como se destaca, la ciudad, por ejemplo, durante mucho tiempo no fue solo una cuna estética; durante mucho tiempo fue algo así como la «Tailandia» de la época, algo así como la meca del «turismo sexual».

En el libro de Hughes, asimismo, ningún paraje, hecho histórico o monumento importante, de hecho, escapa a la atención. A lo largo de estas páginas aparecen agudas reflexiones sobre la «Capilla Sixtina», la «Piazza Navona», la basílica de San Pedro o el Campidoglio, el Renacimiento, Brunelleschi y Donatello, Alberti y Da Vinci, Rafael y Miguel Ángel, la Última Cena; el Barroco, la Fuente del Tritón, Piranesi… pero también sobre personajes como Goethe y Winckelmann, Fellini, la unidad de Italia, Garibaldi, el fascismo, Mussolini, o la construcción de la República. Especialmente interesantes son en este sentido las aportaciones realizadas sobre el arte de Bernini, un artista no especialmente comprendido en el siglo XIX (Charles Dickens se refería a sus obras como «abortos intolerables»), pero significativamente cada vez más admirado en el XX. Tampoco puede dejar de destacarse el perspicaz análisis de la pintura de Caravaggio, el artista con mayor «hambre en la mirada».

Una guía turística
El paseo de Hughes por el arte y la historia de la ciudad conmueve por su vivacidad e inteligencia, aunque no es menos cierto que, a tenor de otros estudios, algunas de sus interpretaciones históricas son discutibles. Desde luego, si su objetivo era realizar una exaltación personal de «su» Roma, cabe decir que lo consigue plenamente. Otras lecturas e incursiones son y serán posibles. Pero, sobre todo, no debe leerse su ensayo por tanto como una guía turística más ni como un estudio histórico erudito y supuestamente fidedigno del pasado, sino como un homenaje emocionado a una ciudad hoy lamentablemente amenazada por hordas de extranjeros ávidos de consumir fetiches culturales a toda velocidad, esa Roma que en la actualidad es «una enorme concreción de glorias humanas y errores humanos».

 

Julio César y su ejército de elefantes
Mil leyendas y un abultado puñado de historias desconocidas. Robert Hughes da luz a aquello que apenas era intuido de la ciudad a la que conducen todos los caminos. Sabemos que fue fundada por Rómulo y Remo, a quienes amamantó la loba Capitolina, sin embargo, la escultura de los hermanos es del siglo XV, obra del pintor y escultor renacentista Antonio Pollaiuolo (llamado Antonio di Jacopo Benci). Otro dato que seguramente llame la atención del lector es la manera en que Julio César arribaba al Capitolio, flanqueado por una legión de elefantes que portaban antorchas en sus trompas y que estaban perfectamente alineados de izquierda a derecha, o la despótica actitud de Nerón (en la imagen), que arrojaba a las alcantarillas de la ciudad a todo aquel que osaba cruzarse en su camino.