Actualidad

El hombre de la «mayoría natural» por José María Marco

Fue un político temperamental y sincero, como la España de los años 60 y 70. Fue ministro de Franco, con una actitud liberizadora. Comprendió que la sociedad española se dirigía hacia la democracia y, desde esa perspectiva, puso en marcha la fundación de un gran partido de derecha

El hombre de la «mayoría natural» por José María Marco
El hombre de la «mayoría natural» por José María Marcolarazon

Durante muchos años, hemos escuchado decir una y otra vez que España es un país de izquierdas y la sociedad española, una sociedad de izquierdas que requiere un gobierno de acuerdo con su tendencia natural. Cuando se afirma esto como una verdad evidente, se olvida siempre –o se quiere olvidar, que es lo más probable– que una vez fallecido Franco, el PSOE tardó siete años en conseguir una mayoría que le permitiera gobernar. Y sobre todo, se olvida que esa mayoría absoluta no duró, a pesar de su innegable importancia histórica, más de siete años. En 1989 el PSOE no la revalidó y desde entonces no lo ha vuelto a hacer.

Desde hace 22 años, el PSOE ha gobernado siempre con mayorías simples y en más de un caso, precarias. Manuel Fraga tiene mucho que ver con esta historia en la que una sociedad que no está del todo situada a la izquierda se ve gobernada, sin embargo, por un partido que proclama su naturaleza de izquierdas, incluso cuando más centrista fue: justamente entre 1982 y 1989.

Alianza Popular (1975-1982)
Como es bien sabido, entre 1975 y 1982 Fraga no consiguió liderar el proceso de reforma y transición para el que se sentía –de forma razonable, sin duda– preparado. Entonces formó un partido, Alianza Popular, que a su vez no consiguió elaborar una propuesta alternativa a UCD. Hoy aquella organización puede parecer marginal, y entonces no consiguió el respaldo de la opinión pública (16 diputados en las elecciones de 1977, menos que el Partido Comunista). Aun así, dejó clara la existencia de un grupo de derecha con suficiente confianza en sus postulados, impecablemente democráticos por otra parte, como para ofrecer una opción conservadora a la opinión pública española.

Cuando llegó la victoria del PSOE en 1982, se empezó a comprender la importancia de aquella propuesta. Hubo quien vio en la victoria socialista algo pasajero y coyuntural. No iba a ser así, en parte porque la victoria socialista venía propiciada, en buena medida, por el hundimiento del centro derecha. En ese momento quedó claro que UCD no había sido un partido político consistente, sino una organización política útil –y tal vez imprescindible– para hacer la Transición. Se abría ahora un período distinto, que a su vez exigía nuevos instrumentos. La izquierda había creado un partido serio. No así la derecha. La mayoría absoluta del PSOE duraría lo que duró la construcción de una alternativa de centro derecha.

Un partido de centro derecha

El papel de Manuel Fraga en este largo proceso fue fundamental en más de un sentido, y no siempre de forma positiva. El carácter de Fraga no siempre facilitó las cosas. Fue un hombre sincero, comprometido con su país, honrado como muchos de los políticos que han convertido la honradez en un eslogan ni siquiera sospechan que se pueda ser. De la misma forma, fue un hombre impulsivo hasta la temeridad, de energías desbordantes y a veces desbocadas, un poco como la España de los años 60 y 70.

En más de una ocasión parecía tener dificultades a la hora de medir las consecuencias de sus actos, en particular en una sociedad democrática. Lo primero hizo de él un hombre insustituible para el nuevo partido que había que crear. Lo segundo lo obstaculizó muchas veces, incluso en sus relaciones con sus correligionarios y con sus posibles continuadores. Prendado del conservadurismo desde sus días de embajador en Londres, a principios de los años 70, Fraga tenía sin embargo una personalidad no siempre compatible con la naturaleza de la actitud conservadora.

Por otra parte, también resultaba un obstáculo la inevitable identificación de la figura de Fraga con el régimen de Franco, del que había sido ministro, y muy señalado, aunque lo fuera en parte como un liberalizador. Fraga encarnaba como nadie la continuidad entre el régimen anterior y la democracia. Era la viva representación de una derecha que no había sabido, o no había querido, escenificar la ruptura con un pasado dictatorial. Desde esta perspectiva, estaba claro que Fraga jamás llegaría al poder. Eso no le impidió, sin embargo, dedicarse en cuerpo y alma –de la única manera que sabía hacerlo– a la creación de un nuevo partido.

Un partido popular

En este proceso, a partir de 1982, conviene distinguir entre los métodos políticos propios de una democracia y la naturaleza del partido que Fraga contribuyó a crear. En cuanto a lo primero, Fraga se empeñó en apelar a lo que llamó la "mayoría natural". Sin duda, intuía que la sociedad española no tenía por qué ser mayoritariamente de izquierdas, pero no parecía comprender que las coaliciones sociales que respaldan una mayoría política no vienen nunca dadas y requieren un trabajo que nada puede sustituir.

Esta equivocación estratégica contrasta con el empeño de Fraga por esforzarse en levantar un partido de verdad, no solamente un conglomerado de grupos políticos como la UCD. Fraga supo desde muy temprano que el centro derecha español necesitaba una organización política disciplinada y reunida en torno a principios sólidos y explícitos, como el consenso que él propuso, sin éxito, en los debates de la ponencia constitucional.

Aunque no fue capaz de plasmar este proyecto, Fraga sí supo, en cambio, sentar las bases de un partido político popular en el exacto sentido de la palabra: interclasista, implantado en toda la geografía española –incluidas las regiones con partidos nacionalistas fuertes-, con militantes de todas las edades y sensible a la diversidad lingüística, cultural y de costumbres que ha conformado siempre la naturaleza de España.

Los historiadores que se han ocupado del Partido Popular en esos años, como Manuel Penella, y los propios textos de Fraga han reflejado muy bien la dificultad de aquella tarea. Entonces no había asesores de imagen, ni gabinetes, ni gurús… ni dinero. Y había muchos adversarios de aquel proyecto. Fraga lo hizo todo a pulso, personalmente, y acabó, en el año 1989, por dar paso a José María Aznar. Aznar recogería la herencia, sabría elaborar la nueva estrategia y centrar definitivamente la organización, pero el Partido Popular que hoy conocemos es inconcebible sin el tesón y la personalidad de Manuel Fraga.

 

José María Marco
Historiador