Historia

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Sueño americano por José María Marco

La Razón
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Hace pocos días un señor, preguntado en televisión por las nevadas y el frío que llegaban, contestó que cuando él era joven no se enteraban como ahora de la temperatura y no pasaban tanto frío. Aunque no del todo, algo de eso está ocurriendo. Nos hemos vuelto tan sensibles, tan delicados que nos resulta difícil aguantar el menor contratiempo sin quejarnos y, lo que es más significativo aún, sin pedir la intervención del Estado o del gobierno de turno para protegernos, arrullarnos y dormir seguros, que allá arriba, en la Administración, un alma buena y rebosante de empatía vela por nosotros.

En Norteamérica, el Estado a la europea, nuestro querido y previsor Leviatán, todavía no existe, aunque por poco tiempo ya. Allí siguen teniendo «agencias», «agencias federales», que es un concepto distinto. Hay una en Washington D.C. especializada en catástrofes. Se llama la FEMA. Según «The Wall Street Journal», con Reagan la FEMA intervino 28 veces al año. Con Clinton, 69,5. Con George W. Bush, 129,6 y 153 con Obama. La tendencia no conoce fronteras partidistas y el gobierno, sea demócrata o republicano, va aprovechando los desastres para avanzar. Como era de esperar, cada vez hay más desastres y más catástrofes.

«Sandy», la tormenta que iba a destruir Manhattan, traerá más y más intervención gubernamental. Sin duda ha sido una tormenta violenta como pocas. Ha afectado a una región en la que vive un 30 por ciento de la población norteamericana, responsable de casi un tercio de la riqueza nacional. «Sandy» no ha sido una broma, por tanto. Aun así, las expectativas sobre su potencial destructivo eran desorbitadas, como desorbitada ha sido la dimensión que se la ha querido dar. Se comprueba una vez más que prima sobre todo el afán de espectáculo. Mas que nunca, necesitamos distraernos –divertirnos, se decía antes–, aunque sea a costa del miedo y del padecimiento de los demás.

El espectáculo, en cualquier caso, no habrá salido gratis. «Sandy» ha irrumpido en plena campaña electoral y servirá para que los políticos demuestren lo mucho que se preocupan de sus ciudadanos –estaba por escribir sus súbditos–, la profunda empatía que les embarga y lo muy imprescindibles que resultan. Ya hay quien anda argumentando que «Sandy» justifica una subida de impuestos y, cómo no, un incremento en las competencias del Estado central para que pueda responder con eficacia a situaciones como ésta. Los norteamericanos se encaminan, sin remedio, hacia un mundo gobernado por el poder político y las burocracias administrativas. Salieron de Europa para ser libres y al cabo de los años Europa les ha vuelto a atrapar. «Sandy» habrá desatado el estruendo y la furia de la naturaleza sobre la tumba del sueño americano.