Lorca
Como Rufete en Lorca
Como todo el mundo sabe, la expresión «quedar como Rufete en Lorca» es un dicho popular equivalente a otros, como «Cagancho en Almagro» y que va referido a personajes cuya actuación ha dejado mucho que desear. Tomando como base el citado dicho, hace unas semanas se publicó un libro mío titulado «Como Rufete en Lorca: veintidós episodios nefastos de la Historia de España», donde recojo en una breve antología la acción desastrosa de algunos personajes que, ciertamente, quedaron gracias a su comportamiento como el paradigmático Rufete. En sus páginas aparecen reflejados desde los españoles que decidieron invitar a los musulmanes a pasar a España para ayudarlos en sus luchas políticas hasta la acción de cierta cadena de radio proclamando tras el 11-M la existencia de terroristas suicidas que no existieron pasando por la derogación de la constitución de 1812 por Fernando VII o las amenazas terroristas de Pablo Iglesias. En todos y cada uno de los casos, se percibe cómo –en contra de lo que ha afirmado durante siglos la historiografía marxista– los individuos tienen siempre un peso decisivo en la Historia. Hasta ahí todo entra dentro de lo normal, pero resulta que me ha llegado la noticia de que un tal Rufete –no de Lorca sino, al parecer, de Cartagena– ha decidido querellarse contra mí por el uso que hago del citado dicho alegando nada menos que el Rufete proverbial es él. El dato me ha sobrecogido por varias razones. La primera es lo que habrá podido ver en mi libro el tal Rufete como para sentirse identificado con el dicho de manera tan directa. Dado que no creo que el personaje en cuestión haya perseguido a los liberales, expulsado a los judíos o quemado las obras de Averroes, es para pensar que ha debido perpetrar alguna iniquidad especialmente grave de la que yo, personalmente, no tengo la menor noticia. Es más, he visto la foto del tal Rufete y su rostro, bastante vulgar, dicho sea de paso, no me resulta, en absoluto, familiar. Quizá alguna vez le dediqué un libro en una feria o me estrechó la mano por la calle, pero lo mismo ha sucedido con decenas de miles de personas a las que no recuerdo en bloque. Con todo, lo que más me horripila es que, a partir de ahora, sobre mí –y sobre cuarenta millones de españoles– pueden caer Cagancho (el de Almagro, claro); Abundio a pesar de su proverbial estupidez; Picio que a la fealdad física uniría la moral; Ambrosio armado con su carabina; Panete y la madre que lo parió; María Sarmiento retornada de su viaje eólico; Zafra vuelto de la tumba e incluso Juan Palomo decidido a guisarse y comerse todo de la manera más autónoma posible. Todo ello sin contar a los leperos que, siguiendo el ejemplo de este Rufete concreto, colapsarían los tribunales por los chistes que, sin la menor compasión, se relatan a diario por toda la geografía española. Cuando le conté lo sucedido a Federico Jiménez Losantos sentenció rotundo: «Desde luego en España no cabe un tonto más». Puede ser, pero yo, de momento, he dado orden de que si alguna señora o señorita llamada Bernarda quiere ponerse en contacto conmigo se lo impidan. Sólo faltaba que quiera iniciar un pleito conmigo alegando cualquier referencia a sus partes pudendas.
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