Actualidad
Entre la tradición y la modernidad
Dir. artística: L. Ribera. Puesta en pista: A. Serena. Escenografía y vestuario: R. Garrigós. Artistas: Cía. Habana, cía. La Tal, Dúo Guerrero, Graziella Galán, Olimecha Family, Leandre Ribera, Tempei Arakawa, The Flying Nikolaeva, Troupe Acrobática Hebei. La Orquesta del Price. Dir. musical: G. Díaz Guerrero. Teatro Circo Price. Madrid.
Entre el circo que no ha sabido aún sacudirse la naftalina, amparado en la excusa de la tradición, y el deslumbrante exceso de algunas propuestas internacionales que dominan el mercado, con el Cirque du Soleil como gran referente, debe haber, y afortunadamente hay, un territorio fronterizo que permite elaborar, con presupuestos más asequibles, un circo de calidad, renovado y artístico, pero respetuoso con los cánones que aún se enseñan en las escuelas circenses. El Teatro Circo Price es un ejemplo diario: en Madrid tenemos buen circo, con excelentes artistas y el valor añadido de tratarse de un espacio estable. En estas fechas, el escenario municipal que dirige con sabiduría y buen hacer Pere Pinyol programa un espectáculo que vira su temática hacia las propias fiestas navideñas.
Leandre Ribera, «clown» y director artístico de «Price por Navidad» evita los tópicos –no hay Papás Noeles ni Campanillas– y demuestra un gusto por la narración clásica y el cuento. Parece que estuviéramos leyendo «Maese Zacarías» de Verne ante ese gran reloj de carillón que ha diseñado Rafa Garrigós, cuyas puertas abren los payasos de la compañía La Tal, de presencia y gestualidad robóticas, como tañidores de un enorme reloj astronómico, para dar paso a los números.
Sensibilidad más pausada
Así, trapecistas, acróbatas y contorsionistas salen a pista y hacen mutis por las tripas del tiempo, como si Ribera nos quisiera hacer viajar a una sensibilidad lejana, más pausada que la de otras propuestas, más «fin de siécle», aunque la Orquesta del Price ataque de vez en cuando ritmos contemporáneos. En su definición estética residen algunas virtudes, pero también el punto flaco de un espectáculo que adolece en parte de cierta linealidad en su puesta en escena: más allá de la idea del reloj, los artistas se limitan a aparecer y marcharsen al son de coreografías de grupo o individuales. Con una pizca más de imaginación –quizá también de medios– podrían montarse transiciones e interacciones entre unos y otros más juguetonas y ricas.
En cualquier caso, niños y mayores disfrutan y, en el apartado circense el espectáculo es impecable: Leandre Ribera es un payaso de esmerada tristeza que acaba por meterse al público en el bolsillo con muy poco atrezo; la barra rusa de la compañía cubana Habana, las contorsiones de la Troupe Acrobática Hebei, de China, y la cama elástica de los brasileños Olimecha son de primera; hermosa es la escena boca abajo de la española Graziella Galán, y llamativo el trapecio de los rusos Nikolaeva. Pero hay dos momentos redondos: el virtuosismo arriesgado del dúo portugués Guerrero, que desafía a la gravedad con maestría en el cable alto, y el deslumbrante dominio del diábolo del joven japonés Tempei Arakawa, un número sencillo pero hipnótico.
lo mejor:
la apuesta por reforzar la tradición con la modernidad y la gran calidad de los artistas
lo peor:
la simplicidad de la puesta en escena, limitada a un «leit motiv» y algunas coreografías
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