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«Le pedí que saltara al mar pero no se tiró»
El «Tío Guillermo» estaba de vacaciones en el «Costa Concordia» con su familia. Vivía con ellos en Can Pastilla (Mallorca), ya que tenía una discapacidad psíquica y su hermano Pedro siempre se había encargado de él. En la embarcación que recorría el Mediterráneo viajaba con un grupo de ocho: la hija de su hermano Pedro, Ana; el marido de ésta, Juan; los tres hijos de la pareja; la hija, María Rosa; su novio Vicente Salvador; y Rubén Grau, el vecino de toda la vida y un miembro más de la familia. Es decir, Guillermo, de 68 años, era el «tío de todos».
MADRID- En Palma de Mallorca, el fallecimiento de Gual es toda una tragedia. Salvador, de 20 años y novio de su sobrina, estaba cenando con el grupo cuando sintieron el primer impacto. Después salieron corriendo hacia la décima planta. Más tarde, en medio del caos, fueron a la tercera (viajaban 4.229 personas) a por los chalecos salvavidas, todos lograron conseguir uno. Sin embargo, a la hora de conseguir un bote de salvamento, no tuvieron tanta suerte. El grupo se dividió en la odisea y cinco subieron a una barca (María Rosa y dos de sus hermanos, su madre Ana, y su novio Vicente) y cuatro se quedaron en la cubierta (Juan y su hijo, Guillermo y Rubén Grau).
Después de ser mareados por la tripulación, que los trasladaba de un lado a otro de la embarcación, los cuatro llegaron a una de las partes del crucero que más cerca estaba del agua. «El padre de mi amigo [Juan] se tiró, después saltó mi amigo», cuenta el Rubén Grau, de 16 años. «Sólo quedábamos Guillermo y yo, le pedí que saltara al mar, pero me dijo que no». Fue cuando el adolescente vio «cómo el barco se me venía encima y, entonces, salté yo». El mallorquín se tiró a las «frías aguas» del mar y nadó durante veinte minutos hasta que llegó a tierra. «Después caminé durante 50 minutos hasta que pude llegar a una casa, arriba, y allí ya me dieron de todo».
Grau describe el suceso como de «película» y cuando habla de ello, para él hay un antes y un después. Ha vivido una de las experiencias más trágicas y fuertes de su vida. Fue valiente y consiguió salvarse. Llegó durante la madrugada de ayera su casa, donde sus abuelos le abrazaron y se emocionaron al recibirle.
Grau también recuerda cómo buscaron a Guillermo una vez se encontraron los ocho en isla de Giglio. «No sabíamos dónde estaba, ni si finalmente había saltado». Pero no se tiró y los equipos de rescate lo encontraron a media tarde del domingo en la parte de la popa del crucero sumergida. Pese a la diferencia de edad, Grau se llevaba muy bien con él: «Era como un niño pequeño, siempre estábamos de bromas».
Repatriar el cadáver
Todos volvieron salvo Juan, que se quedó junto a un sobrino de Guillermo, Jaume, que llegó el domingo, para repatriar el cadáver.
Si ya sus testimonios como pasajeros narraban verdaderas escenas de pánico al estar dentro del gigante que naufragaba, la pérdida de un ser querido les ha destrozado. Incluso han pedido expresamente al Ministerio de Exteriores español toda la discreción posible y que no se informara sobre sus horarios de vuelo y otras cuestiones personales.
Tanto la embajada española en Italia como fuentes de la Oficina de Información Diplomática en Madrid han querido ser respetuosos con los familiares y sólo han explicado que pretenden repatriar el cuerpo lo antes posible, siguiendo los cauces administrativos con Italia, desde donde normalmente se tarda entre diez y doce días. Por su parte, el Ministerio de Sanidad recordó que los afectados podrán reclamar el resarcimiento de las cantidades pagadas así como la cuantificación de los daños sufridos, sin perjuicio de poder acudir a la vía judicial.
La muerte de Guillermo Gual es una cifra más a la que la naviera Costa Cruceros tendrá que hacer frente, que ya ayer cuantificó en 73 millones de euros las pérdidas sólo en los daños iniciales del accidente.
Jorge Peña, de 27 años, ya ha denunciado a la compañía y hoy irá a describir todo lo que se quedó en el camarote. Después se irá de compras, «no tengo de nada», asegura. Pero lo que más le ha indignado son las mentiras tanto de la tripulación como del capitán, quienes insistían en que era un fallo eléctrico. «Vi perfectamente cómo Jairo, nuestro representante para el grupo de españoles llevaba el chaleco salvavidas puesto y al pedirle que nos diera uno dijo ‘si no pasa nada'. Yo le pregunté que, entonces, por qué lo llevaba él puesto», recuerda Peña. «La gente lo compara con el Titanic, pero es que es verdad, las imágenes son idénticas», describe el joven, que logró saltar y se quedó en el agua hasta que un equipo de salvamento marítimo italiano lo rescató.
«¡Cuidado! Estamos muy cerca de la orilla»
La increíble irresponsabilidad cometida por Francesco Schettino, capitán del «Costa Concordia», al acercarse a 150 metros de la isla del Giglio, pretendía ser un homenaje al jefe de camareros del buque, Antonello Tievoli, quien es oriundo de ese lugar. Tievoli estaba trabajando cuando Schettino le hizo llamar para que contemplase desde el puesto de mando la isla. «Ven a ver, que estamos encima de tu Giglio», le dijo. Contempló la escena asustado por los riesgos que suponía la maniobra. «¡Cuidado que estamos muy cerca de la orilla!», advirtió inútilmente al capitán.
Según «Il Corriere della Sera», Schettino fingió en sus conversaciones con la Capitanía de Puertos que continuaba a bordo del buque cuando ya lo había abandonado y cuando apenas había comenzado la evacuación de pasajeros. Su primera conversación con la Capitanía de Puertos de la Guardia Costera se registró a las 0:32 del sábado, cuando el comandante ya había abandonado el buque. Los agentes de la Guardia Costera la preguntaron cuántos pasajeros quedaban a bordo y él respondió que habían sido evacuadas unas 4.000 personas, cuando apenas habían dejado el crucero unas 40. Schettino, quien declarará hoy ante el juez, está sometido a una gran vigilancia y se le ha ofrecido asistencia psicológica.
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