CRÍTICA DE CINE / «Guest»: El lugar sin límites

La foto, el nombre inscrito en una acreditación de festival. ¿Es José Luis Guerín un «invitado», como declara el título? En todo caso, un invitado abierto al encuentro con la vida, un turista curioso que da la espalda a las ruedas de prensa y las alfombras rojas porque lo que le interesa es el entorno, la realidad periférica a un evento artificial que propicia la cita del artista con una cultura que no conoce, que está por descubrir. Guerín aprovecha que la promoción de «En la ciudad de Sylvia» le permite dar la vuelta al mundo en 365 días. Con su pequeña cámara digital, registra ciento y un testimonios que se congregan en la plaza de la aldea global para constituir un solo retrato: el del cineasta que define su mirada a partir de la mirada de los otros, a partir de cómo estos miran la realidad y de cómo le miran a él cuando la mira. Educar el oído de la mirada, no sólo para descifrar las voces que reverberan en la multitud sino también para comunicarse con ellas y decodificar el misterio que significa hallarlas. No puede haber documental más concreto que «Guest», pero tampoco más abstracto: al rigor un poco atolondrado del recolector de imágenes que las encuentra por azar, sin poder controlarlas más allá de imponerles una cronología, existe la fuerza del poeta, que establece rimas visuales entre lugares y gentes sin importarle la distancia que los separa.

En verdad, «Guest» se encuentra a medio camino entre la obra de Jonas Mekas –padre del cine portátil y autobiográfico, con el que Guerín está filmando una relación epistolar– y la de Chantal Akerman –cuya obra diluye las débiles fronteras entre documental y ficción, como hacía Guerín en su «opus magnum», «En construcción»–, y no es casual que ambos cineasta aparezcan en la película, como si indirectamente dieran su aprobación a este libérrimo diario íntimo, que se deja consultar como si fuera el mapa de un país imaginado, el dibujo secreto de un lugar sin límites.