Arquitectura
Cáceres iluminada por el otoño por Ángela VALLVEY
No hay nada como Cáceres en otoño. Cuando la atmósfera se refresca y se pone tersa de tanta luz, cuando hasta las nubes parecen encajes de bolillo de Acebo, sutiles y transparentes. Cuando el aire medieval de las piedras doradas de la ciudad compone un bastidor de extraña perfección urbana sobre el que pequeñas bandadas de pájaros revolotean en sus cielos guerreros. En Cáceres han dejado hermosos restos los sucesivos imperios que por aquí han pasado y no han logrado resistir la tentación de sumarse a este testimonio de obra de arte viva. Cáceres es un «working progress» cultural que no se cansa de ofrendar culto a lo excepcional; un trabajo en marcha que rinde homenaje a la belleza y a la ilustración en cada una de sus iglesias góticas, en las delicadas y preciosas fachadas renacentistas, en la muralla romana, en las suaves líneas de fuego que desprenden sus construcciones mudéjares o barrocas.
Los fenicios, los romanos, los moros… Todo el que ha pasado por aquí ha construido algo, como si éste fuese el sitio ideal para hacerlo. Hay lugares en el mundo que atraen a las fuerzas destructoras del ser humano, y luego está Cáceres –tranquila, ordenada, sabia– que invita a edificar, a cimentar, a urbanizar. A civilizar, o sea. Porque Cáceres es, sobre todo, ciudad de aliento, de abrigo, de confianza en que, lo que se levanta hoy, no se derrumbará mañana. Por eso, desde hace más de dos mil años, forma parte primordial del corazón de España; es un símbolo en forma de ciudad que, generosamente, enseña al mundo los distintos estratos de refinamiento que han conformado nuestra cultura. Para observar de cerca esos sedimentos de esplendor en la historia, conviene pasear por sus calles sobrias y misteriosas y levantar la vista hacia los aleros de las mansiones de la vieja nobleza cacereña. Intramuros o extramuros, bajo arcos encerrados en un alfiz o balcones adintelados, al deambular por su casco histórico nos damos cuenta de por qué Cáceres presume de tener esperanza en el futuro.
Una fresca brisa otoñal limpia el aire hasta dejarle un brillo de tarjeta postal, y una se detiene un instante y se pregunta cuántos monumentos, cuántas delicias –para la vista… ¡y para el estómago!– pueden degustarse aquí. Ennoblecida por su pasado, Cáceres le recuerda al viajero que los tiempos cambian, llegan y pasan. Que los mortales conquistan, ríen o penan, y luego pasan. Y que, al cabo, de todo ese humano afán quedan las gárgolas, los escudos, las portadas, las aldabas de las magníficas casas y palacios de la Ciudad Monumental. Que quedan estas piedras luminosas, como guirnaldas de agua clara que se reflejan en el cielo. Y que, con eso, por hoy tenemos que nos sobra y nos basta.
Claves
Dónde. En la ciudad de Cáceres.
Por qué. Por la belleza de su glorioso pasado en el que conviven múltiples culturas.
Más información. En www.turismo.ayto-caceres.es
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