Roma
Dampierre la duquesa resentida
Murió sola, casi sin dinero y con la pena de haber sobrevivido a la práctica totalidad de sus familiares Dampierre y Ruspoli. Sus últimos días fueron tristes y transcurrieron entre sus dolencias, los recuerdos de haber soñado con una felicidad que nunca llegó y las puntuales partidas de bridge que organizaba en su casa con las pocas amigas que le quedaban. Su matrimonio con el infante don Jaime, hijo de Alfonso XIII, fue por conveniencia, «un acuerdo entre su suegro y su madre, la princesa Vittoria Ruspoli, que pensó en que al casarse con un Borbón su vida sería estupenda y tendría asegurada un buen porvenir», explica Begoña Aranguren, autora de «Emmanuella Dampierre: memorias, esposa y madre de los Borbones que pudieron reinar en España». Pero su vida al lado de don Jaime fue todo lo contrario, sus problemas físicos (era sordomudo) y su inestabilidad psíquica pudieron con ella. «Él estaba enfermo, era un hombre de excesos, un adicto al sexo y le fue infiel en numerosas ocasiones, incluso le transmitió muchas enfermedades venéreas», asegura el experto en casas reales Liberto López de la Franca. Esta fue la gota que colmó el vaso y lo que la impulsó a dar portazo en 1947 a una relación imposible.
La duquesa de Segovia nunca encajó dentro de la familia real española. Siempre buscó una protección que no llegó a encontrar ni en su esposo ni en sus familiares, «aunque no era de esas personas que meten a todos en el mismo saco, sino que sabía diferenciar y valorar el apoyo puntual que recibió de algunos de los parientes de su marido, como fue el caso de la reina Victoria Eugenia, que siempre se preocupó del cuidado de sus hijos: Alfonso y Gonzalo», matiza Aranguren. Su faceta como madre también fue puesta en tela de juicio. El hecho de aceptar que sus dos hijos fueran enviados a un internado y pasara poco tiempo con su madre la llevó a ser calificada de «frívola y egoísta», pero ella lo sufrió en soledad y sin protagonizar escándalos. Quizá por este motivo quiso redimir su pena con sus dos nietos, fruto de la relación entre Alfonso de Borbón y Carmen Martínez Bordiú. Intención que se vio truncada tras la muerte del mayor, Francisco, en 1984. A partir de ese momento Luis Alfonso de Borbón fue «el niño de sus ojos», tanto es así que es quien se está encargando de los trámites funerarios. Al duque de Anjou le perdonó que, a pesar de su delicado estado de salud, decidiera seguir viviendo en Madrid, muy pegado a su abuela materna, Carmen Franco, en vez de hacerlo junto a ella en Roma. Sorprendió que en 2004 no asistiera a la boda de Luis Alfonso con la venezolana María Margarita Vargas Santaella en La Romana, alegando que su salud se lo impedía. Sí estuvo presente, en cambio, en el bautizo de sus bisnietos en 2007 (Eugenia de Borbón y Vargas) y en 2010 (los mellizos Luis y Alfonso), precisamente ésta fue la última vez que se la vio en un acto público familiar.
Una palacio en ruinas
En sus últimos años de vida estuvo bien atendida por un equipo de enfermeras en su palacio de Roma. «Me sorprendió ver en las condiciones en las que vivía. Su residencia era impresionante, pero estaba todo vacío salvo dos estancias: su habitación y el cuarto de baño. El resto estaba abandonado e incluso era chocante que ni siquiera tuviera un comedor o un salón en el que recibir a sus visitas. Cuando me acerqué a su domicilio para escribir mi libro nos sentamos en una mesa y una silla improvisada. Además, me daba pavor imaginar cómo sería la buhardilla en la que se alojaban las cuidadoras», relata a LA RAZÓN Aranguren. Y es que, a pesar de lo que muchos piensan, «Emmanuella no tenía un duro». De sus matrimonios (primero con el infante don Jaime y en segundas nupcias con el jurista Antonio Sozzani, en 1949) no heredó prácticamente nada, pero su segundo esposo sí que siguió en contacto con ella hasta que falleció en 2007. «El abogado milanés fue muy diferente al infante. Era muy atento con ella, la enviaba flores, la trataba muy bien, algo que ella agradecía después de haber vivido un infierno junto al Borbón. Incluso, la ayudó económicamente porque era consciente de su situación», asegura Aranguren. Ayudas que también ha estado recibiendo de los legitimistas de Francia que abogan por el reinado del duque de Anjou en su país.
A pesar de los golpes que recibió en su vida ella nunca bajó la cabeza, se forjó un carácter duro, en ocasiones, incluso, déspota, y con altas dosis de autoridad. «Su mirada te traspasaba e incluso te daba de lado si no le interesaba lo que le estabas contando, no se andaba con miramientos», asegura López de la Franca, quizá de ahí ese «resentimiento que se dejaba entrever en su comportamiento, consecuencia del maltrato que recibió a lo largo de los años», añade. «Estaba siempre alerta, caminaba precavida para evitar herirse. Fue una gran perdedora», sentencia Aranguren.
Sola en los últimos años de su vida
Después de sus múltiples desengaños amorosos, Emmanuella se refugió en sus hijos, especialmente en Gonzalo (en la imagen), ya que Alfonso falleció a finales de los años ochenta. Pero también sobrevivió a su hijo menor, que en 2000 murió a causa de una leucemia. En ese momento su vida se apagó y casi no salía de su residencia en Roma, ya que, además, su salud tampoco era demasiado buena y estaba postrada en una silla de ruedas.
La nuera «ninfómana»
Nunca fue muy dada a hablar de sus intimidades en público, pero cuando lo hizo, a raíz de la publicación de sus memorias en 2003, no dejó títere con cabeza. La que peor parada resultó fue Carmen Martínez Bordiú (en la imagen inferior), ex mujer de su hijo Alfonso de Borbón (en imagen superior) , a la que en el programa de Antena 3, «¿Dónde estás, corazón?» tildó de «ninfómana», aunque más tarde aseguró no recordar haberla descrito con aquel calificativo. Sus defensores apuestan por la teoría de que Emmanuella Dampierre no hablaba bien la lengua castellana y confundió aquella palabra «con la de frívola o promiscua». Lo que parece evidente es que su suegra no la soportaba ya que nunca aceptó que «no se ocupara de sus hijos».
✕
Accede a tu cuenta para comentar