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Martirio global

La Razón
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El terrorismo islámico se ceba con los cristianos. Los atentados masivos de estas Navidades en diversas iglesias de Nigeria se unen a los sufridos en Egipto, Paquistán, India, Irak, etc. Si alguien tiene interés en una visión panorámica, general y bien documentada de lo que esos cristianos están sufriendo puede consultar la web de Ayuda a la Iglesia Necesitada (www.ain-es.org). Aparte de atentados masivos hay postergación social, explotación de menores, etc.

Hace poco más de un año asistí a un encuentro con los arzobispos de Bagdad y Mosul, monseñores Matoka y Casmoussa. LA RAZÓN dio cuenta de aquel acto que se organizó aprovechando el viaje que realizaron a Bruselas, para exponer la precaria situación de los cristianos en Irak. Apenas un mes antes sesenta y ocho cristianos iraquíes habían sido asesinados por Al Qaeda y aquellos dos obispos narraron episodios de una día a día dramático, cargado de heroísmo.

Es cierto que para la Iglesia estos hechos no son nuevos, como lo prueba una historia de veinte siglos de mártires y persecuciones, unas sangrientas otras más refinadas. Que esto sea así, que en el horizonte de un cristiano pueda haber persecución en sus variadas manifestaciones no quita para rechazarla, que se luche y se exija su final. Así lo hizo el Papa en las pasadas Navidades, tras la cadena de atentados de Nigeria.

Tras la gira europea de los obispos iraquíes el Parlamento Europeo aprobó una Resolución sobre la situación de los cristianos en relación con la libertad religiosa; en España el Grupo popular, tanto en el Congreso como en el Senado, obtuvo el compromiso de la entonces ministra de Asuntos Exteriores para que España apoyase en el Consejo de ministros de Exteriores de la UE la defensa de las minorías cristianas perseguidas.

Poco a poco se reacciona ante un problema que no es sólo de los católicos. A lo largo de la Historia ha habido persecuciones que han extinguido pujantes comunidades cristianas o las han reducido a la condición de minoría, con todo lo que eso supone. Pero una de las ventajas de este mundo global es que pocos hechos pasan inadvertidos, enseguida se conocen y se perciben como actos contrarios a una suerte de «orden público global».

Bien puede decirse que el de los derechos humanos forma parte ya de un lenguaje universal que no tolera unos actos que son algo más que violencia contra una minoría de creyentes. La libertad religiosa no es sólo un derecho de esos creyentes, por lo que su persecución afecta a todos: hay una suerte de martirio global. Quien quiera saber por qué esa libertad afecta y beneficia a todos, por qué es una cuestión de supervivencia global y es un medidor de la libertad real común, le invito a que lea el discurso del Papa en la Asamblea de la ONU en 2008.

Y lo que estamos viviendo a propósito de los atentados contra la libertad religiosa participa y mucho de otros hechos gravísimos que no pueden quedar silenciados. Un ejemplo es el del aborto. A lo repugnante que ya de por sí es este negocio se unen variaciones que lo hacen, si cabe, aun más odioso. Pienso en las últimas noticias sobre el aborto selectivo.

En India, China o Vietnam muchas embarazadas abortan forzadas al saber que gestan una niña. La preferencia por el varón lleva al aborto o al infanticidio para evitar o deshacerse de una hija indeseada. El pasado junio cinco agencias de la ONU emitieron un informe sobre esos abortos selectivos, y se estima que faltan en el mundo más de 160 millones de mujeres que, o fueron abortadas o asesinadas tras nacer o se las dejó morir en los primeros años de vida. Un genocidio silencioso.

La relación económica con esos países es intensa y China sustenta parte de la deuda pública de algunos países occidentales. Pregunto ¿es compatible con ese lenguaje global de los derechos humanos depender de quien practica tales atrocidades? Pregunta quizás incauta, pero irrenunciable sobre todo si buena parte de la clase «pensante» de esos países guarda silencio, pero clama con histeria contra un país europeo, Hungría, que acaba de aprobar una Constitución que declara que la vida humana comienza con la concepción.