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El pequeño Anton McManus al Papa: «si alguien puede ayudarme es Dios»
Cuando un niño cumple cuatro años, la madre prepara una gran fiesta y hace una tarta de chocolate. En el caso de Tammi, fue completamente distinto. En las largas noches de insomnio tan sólo daba vueltas a cómo sería el funeral de su pequeño. A Anton le habían descubierto un cáncer en los huesos. Los médicos le daban sólo dos meses de vida.
La noticia cayó como un jarro de agua fría en la familia McManus, en East Kilbride, Escocia. El niño nunca había tenido síntomas asociados a un tumor. Ni había perdido peso ni había dejado de jugar al fútbol, su gran pasión. La visita al hospital se produjo sólo por un fuerte dolor en la garganta. Durante diez días, los médicos le hicieron todo tipo de pruebas y finalmente dieron con el problema. El pequeño padecía sarcoma de Ewings, un tumor muy raro en niños de esa edad.
Tras soportar 14 sesiones de quimioterapia agotadoras, 25 tratamientos de radioterapia y dos grandes operaciones, Anton consiguió salir adelante. Hoy tiene nueve años, pero no será hasta finales de septiembre cuando sepa si los médicos le dan el alta definitiva.
Desde el primer momento, Tammi ha sido muy sincera con su hijo. El pequeño - que ha tenido que aprender a caminar en dos ocasiones y ya no puede jugar al fútbol- sabe que ahora el cáncer está "dormido", pero en cualquier momento puede despertar. Si eso pasa, es consciente de que tendrá que enfrentarse a otro largo infierno. Nadie puede asegurarle nada, pero cuando supo que el Papa venía a su ciudad ideó su propio plan: "Si alguien puede ayudarme ese es Dios".
Diez días antes de que el Pontífice llegara a Glasgow decidió escribirle una carta: "Estaba muy enfermo y ahora me siento mejor, a pesar de que no puedo hacer un montón de cosas que hacen mis amigos. Estoy contento de que el cáncer se haya ido a dormir. Pero estoy escribiendo esta carta para preguntarle si podía bendecirme para ayudar a mantener el cáncer lejos. Creo que si alguien puede ayudarme es Dios. Realmente espero que tenga la suerte de conocerle. Significaría un mundo para mí. Rezaré para ver si hay respuesta".
A Anton le costó tres horas y media redactar la misiva, pero finalmente todo valió la pena. El jueves, el Pontífice puso sus manos sobre su cabeza y rezó por él. LA RAZÓN fue testigo del momento y de las lágrimas de Tammi, que no pudo contener la emoción cuando Benedicto XVI se acercó hasta la familia.
Tras la Misa todos estaban tan impresionados que tuvo que ser la hermana de Anton, Rebeca de 11 años, la que actuó cómo portavoz. "Le ha puesto las manos en la cabeza y ha dicho algo en alemán, luego le ha dicho en inglés buena suerte y que Dios te bendiga", decía sonriente. "Yo le he escuchado porque estaba al lado. A mi también me ha dado la mano", contaba toda orgullosa.
A pesar de que durante días, el pequeño había soñado con aquel instante, tras la ceremonia era complicado sacarle alguna palabra. Sus grandes ojos azules parecían cansados tras la larga jornada, pero aún así miraban a todos los sitios. Sabía que algo grande había pasado.
Acurrucado al cobijo de su madre, su melena rubia dejaba entrever las señales que le dejaron los soportes de metal que durante meses sujetaron la cabeza a su cuerpo mientras su cuello cicatrizaba tras la segunda operación. Los médicos le tuvieron que quitar dos costillas para conseguir soporte suficiente para sus delicados huesos. Antón aún conserva en casa aquel amasijo de hierros que le ayudó a sobrevivir.
Tammi, que hace poco ha recibido la noticia de que su madre también padece cáncer, acariciaba a su pequeño intentando asimilar el momento. "Nuestra fe nos ha sostenido como familia a través de todo esto. Sin duda, hoy ha sido uno de los días más grandes de mi vida", matizó el día que el Papa rezó por su hijo.
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