Barcelona
La Copa no es garrafón
El torneo por excelencia/ por Lucas Haurie
Hubiera valido la pena recorrer el triple de distancia que hay entre la Diagonal y La Giralda para ver a Navas como aspirante al trono de Messi.En el trofeo que levantó el miércoles Palop enfundado en la camiseta de Antonio Puerta, entregado por primera vez por el futuro Felipe VI, están grabadas las palabras «Campeonato de España». La Liga es un torneo alevín, instituido durante la dictadura de Primo de Rivera cuando Alfonso XIII ya llevaba casi tres décadas dando nombre a la Copa por antonomasia. El Sevilla se la ha llevado cinco veces, bajo todos los regímenes (república, franquismo y monarquía) y es el único bicampeón del siglo XXI. Estaríamos locos si no le diésemos la importancia que tiene a un título por el que este equipo sacrificó el invierno: con la Copa de África y en plena racha de lesiones, se dejó las pocas fuerzas que tenía para eliminar a Barça, Dépor y Getafe. Apostó a campeón y ganó.Hace muchos años que los entrenadores desprecian esta competición. El Real Madrid no la gana desde hace más de tres lustros y clubes instalados en la grandeza como el Villarreal prefieren el vil metal de la «Champions» antes que el baño en plata (y gloria) de una Copa que sólo el colosal Javi Navarro es capaz de alzar con una mano. Allá ellos. Renuncian cada año a la posibilidad de disputar el partido más emotivo del curso, una auténtica fiesta (vivan los tópicos) del fútbol, que se convierte en memorable si tienen la suerte de celebrarla en un escenario como el Nou Camp. La Diagonal queda a mil kilómetros de La Giralda, pero hubiera valido la pena recorrer el triple de distancia para ver a Jesús Navas postularse como aspirante al trono de Messi en la capital del reino del argentino. Incluso perdiendo, querida vecina, habría sido inolvidable. Grandeza obliga/ por María José Navarro
Lo que de verdad no nos gusta de la Copa del Rey son los malos modos, las faltas de respeto y los cánticos vergonzantes.Un pérfido director de de- portes de este periódico me dice que me toca defender que no me gusta la Copa, convencido de que, al haberla perdido mi equipo, encontraré argumentos que desprestigien el trofeo. Pues miren, ni uno encuentro. Me re- sulta imposible no declararme fan de un torneo antiguo que, además, termina en final, a una carta, como las historias de Conrad. Cualquiera que estuviera en Barcelona el miércoles seguirá sobrecogido por ese increíble duelo de las dos aficiones más calientes y entregadas de España que hizo que el ambiente vivido en Madrid en la final de la «Champions» pareciera el duelo de dos facciones rivales de bibliotecarios afónicos. La Copa es un trofeo magnífico, sí, pero sobre todo es el día de la final, de la movilización, del viaje, de las llamadas de los amigos y de los que hace mucho que no vemos. El Atleti ha jugado muchas finales de Copa, ha ganado muchas y ha perdido unas cuantas, y aun así a una le gustaría jugarla todos los años. Nos habría gustado más la Copa si la hubiéramos ganado, claro, pero es- tas son cosas del fútbol. Lo que de verdad no nos gusta son los malos modos, las faltas de respeto y los cánticos vergonzantes. Ninguna afición está libre de culpa y no es cuestión de entrar en quién empezó, pero sí estaría bien que los directivos ayudaran. La actitud del desencajado Del Nido, tan sobreactuado y mesiánico, han recordado al peor Jesús Gil y al final una no sabría si recomendarle valeriana o que pase unos días con César Millán. Qué pena que se envenene lo que debería ser un día de fiesta, qué pena de directivos.
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