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Fe y pesca con mosca por José Luis Alvite

La Razón
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Me cuesta entender el entusiasmo con el que aceptan su fe los creyentes, tanto como el esfuerzo que me supone comprender la tenacidad con la que los descreídos arremeten contra la religiosidad de la gente devota. No entiendo que la diferencia sea motivo de confrontación y no se salde con la simple indiferencia con la que los practicantes entusiastas del tenis aceptan sin la menor preocupación que otras personas se vuelquen en la petanca, en la apicultura o en la pesca con mosca. A mí me parece que se necesita para la fe la misma convicción que para el escepticismo y que no hay motivo alguno para que la ciencia descalifique con arrogancia a la religión. Son valores distintos y cada uno en su terreno puede tener un rango admirable. A pesar de mi tenaz agnosticismo, no tengo inconveniente alguno en negar el tópico materialista de que la fe es una empobrecedora perversión de la razón, el denigrante refugio al que acude la inteligencia cuando se deja vencer por la pereza. Es absurdo que dilapidemos nuestras energías en ese debate. Hay sitio para todos y no tiene mucho sentido la pretensión de que la ciencia ha de imponerse a la religión y hacerlo, además, con la esperanza falsamente progresista de que la química derogue el catecismo. En cualquier debate sobre creencias religiosas no me importa admitir que la fe puede ser también el resultado de un esfuerzo intelectual, aunque se trate de un esfuerzo pasional e intuitivo, un vehemente entusiasmo sin álgebra. Lo ideal es que cada cual defienda sus ideas sin agredir al contrario. No importa lo abstracta e intangible que sea la fe de los creyentes si con sus catedrales han ido dejando un asombroso rastro de científica y sólida arquitectura.