Estados Unidos

«Courtesy of the red white and blue»

La Razón
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Cuando tuvo lugar el atentado de las Torres Gemelas uno de los compositores e intérpretes más importantes de la música country actual escribió una canción titulada «Courtesy of the Red, White and Blue». En ella comenzaba diciendo que los soldados americanos son los responsables de que cada ciudadano pueda dormir en paz por las noches ya que velan por su seguridad. Precisamente por ello, en un momento en que un miserable había atacado a traición a Estados Unidos ordenándolo desde un lugar perdido del globo, lo único que cabía esperar era que, en cualquier momento, el ejército americano lo encontrara y le ajustara las cuentas en un acto de cortesía del rojo, el blanco y el azul, es decir, de los colores de la enseña nacional. Esta semana he sido testigo de cómo las palabras de Toby Keith no eran un exabrupto lírico de un cantante patriota –sí, en Estados Unidos los cantantes suelen ser patriotas– sino la expresión musical de lo que sienten centenares de millones de norteamericanos. Sin embargo, mientras los norteamericanos se han lanzado a las calles gritando su alegría porque ha desaparecido un terrorista, en estos pagos los nacionalistas catalanes de CiU, la ERC e IpC y a los vascos del PNV lamentan compungidos que ETA no pueda estar en las próximas elecciones y a semejante orgía de desvergonzada obscenidad se suma nada menos que el PSC. Se podrá alegar que los anglo-sajones son odiosos; que la herencia política de los puritanos sobre la que se han construido los Estados Unidos es herética y que incluso Inglaterra hubiera sido mucho más dichosa y santa si Felipe II –que llevó a España a la bancarrota en repetidas ocasiones– hubiera logrado invadirla. También se podrá decir que Reagan era un viejo, Sinatra, un mafioso y Elvis, un gordo. Vale. Lo que quieran, pero lo cierto es que en Estados Unidos, es impensable que una organización terrorista se presente a las elecciones; o que haya un partido político que no deje de ayudar a una banda terrorista; o que se enseñe en las escuelas públicas las tesis políticas de ese terrorismo; o que se emplee dinero público en respaldar a una organización terrorista; o que haya clérigos que apoyen a los terroristas y coloquen en pie de igualdad a las víctimas y a los asesinos; o que los medios de comunicación, en comandita con partidos políticos, obstruyan la investigación sobre un atentado terrorista; o que un sector regional de cualquiera de los dos grandes partidos reclame que una organización terrorista esté presente en unas elecciones; o que las fuerzas del orden dejen de buscar a criminales como Josu Ternera, De Juana Chaos o Troitiño ya que, precisamente, lo que se hace es perseguir a asesinos como Ben Laden hasta capturarlos o abatirlos por cortesía del rojo, el blanco y el azul. Nuestro paralelo a la euforia de los americanos es el quinto aniversario del chivatazo del Faisán y la visión terrible de Urkullu y Durán i Lleida gimoteando porque ETA no está en las elecciones. Quizá en ese paralelismo tan desgarrador y doloroso se halle la clave para explicar por qué a cada día que pasa siento más admiración por los Estados Unidos y por sus ciudadanos y esta España nuestra me causa, por el contrario, una creciente consternación.