Estados Unidos
Ojos de cordero
La suerte de Zapatero ha sido que se le presente el Papa en casa el fin de semana. No porque colme sus veleidades religiosas, sino porque con el bamboleo de la sotana blanca le ha hecho un fundido en negro a todos los problemas que tiene actualmente el Ejecutivo: la enésima subida del paro en octubre, la zambullida en el crecimiento cero de la economía, el ascenso del vicetodo Rubalcaba, las escenas de sofá con la cúpula de la Audiencia Nacional en este preámbulo de juego de esgrima con ETA. Así que no se entiende que el presidente del Gobierno, de turné en Afganistán, le haya dedicado al máximo representante de la Iglesia el tiempo que dura la consulta del médico en la Seguridad Social. Diez minutos, abra la boca, saque la lengua, y que pase el siguiente.
Si el Papa visita España, el presidente del Gobierno tiene que estar en España. Ya sea agnóstico, ateo, o profese la religión de los indios amazónicos. Porque el presidente del Gobierno es, ante todo, el primer embajador de este país. De los que lo han votado y de los que no. De los católicos que son abrumadora mayoría.
Pese a las abundantes críticas, Zapatero acertó acudiendo en febrero al Desayuno Nacional de la Oración de Estados Unidos. Primero, porque su presencia podía contribuir a mejorar las relaciones con el país más poderoso del mundo y, segundo, porque estaban en juego, no sus intereses, sino los de todos y cada uno de los españoles. Ahora, sin embargo, con la atención urgente que le ha dispensado a Benedicto XVI, Zapatero ha vuelto a destapar su vis infantil, la que mostró en el año 2003 cuando en el desfile de las Fuerzas Armadas, al paso de la bandera estadounidense, se quedó sentado en su asiento, como un colegial enfadado por haber perdido al parchís en el patio del colegio.
Alfonso Guerra, en una visita oficial por varios países islámicos, sembró de ojos de cordero todas las macetas que encontró en su camino. Los ojos del cordero son el manjar que en el mundo musulmán se ofrece a los más distinguidos invitados. Así que el ex vicepresidente del Gobierno se los echó a la boca, puso cara de estar comiendo el mejor cochinillo de Segovia y luego fue escupiéndolos lo más disimuladamente posible. Los intereses de España bien valían aquel escabroso bocado ocular. Pero Zapatero no ha tenido la altura política de tragarse su ojo de cordero de la visita papal.
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