Sierra Leona
Porque yo lo valgo
Siempre me he preguntado, tras años de oírlo en boca de las mejores «top models» internacionales, cuál era el verdadero sentido del eslogan tan repetido por tantas cotizadísimas bellezas al servicio de la casa L'Oréal. Desde Claudia Schiffer, Milla Jovo-vich, o Linda Evangelista, hasta Beyoncé o Penélope Cruz, por no alargar la lista. «Por que yo lo valgo». ¿Se refiere al caché que cobran tales hermosuras? ¿Al sustancioso precio de los cosméticos de la marca? ¿O al milagroso efecto del photosop y el maquillaje en los manipulados e impolutos cutis de las anunciantes?En estos tiempos de tantos valores a la baja puede que el sueño de la eterna juventud sea de los pocos que se mantiene imperturbable.
«Porque yo lo valgo». Esto mismo podría decir el seductor dandy y fotógrafo francés Francois Marie-Banier, piedra de escándalo estos días después de que la dueña del imperio L'Oréal , la provecta coqueta Liliane Bettencourt, le haya hecho regalos por un valor cercano a los mil millones, lo que ha provocado que su hija y heredera Françoise se suba por las paredes acusándola de demencia senil, intentando incapacitarla y llevando al presunto embaucador a juicio, en el que quiere meter la nariz hasta el propio Sarkozy. ¿Pero acaso se puede tachar de vieja loca a la jefa de la firma? Sería una contradicción para la propia sustancia de la marca, que predica la condición inmarchitable de la vida y para la que las arrugas no existen ni en los billetes. Bien mirado, ¿acaso no podría considerarse al flamante gigoló como un elemento más de efecto rejuvenecedor? Quién nos dice que no acabará protagonizando alguno de los spots de la casa. El culebrón promete continuar, a ver si en esencia todo vale lo que cuesta.
«Porque yo lo valgo». Igualmente podría decirlo Naomi Campbell, alguna vez también vinculada con la firma, a la que ahora quieren llevar a juicio de crímenes de guerra por un pedruscón diamantino que le regaló el antiguo dictador de Sierra Leona. Con menuda tigresa han ido a topar, como para soltarlo de sus zarpas. Y es que la seducción a veces tiene un valor que llega a lo temerario.
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