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Las despedidas por Joaquín Marco
Hay quienes se despidieron con lágrimas y otros con el bolsillo lleno. Ahora el PP tiene la palabra y el tiempo, como CiU
Hemos despedido el otoño, al Gobierno socialista y se nos anuncian despidos y recortes sociales a gogó y otra forma de vida o de bienestar en una España que, según promesas electorales, acabará resultando a medio plazo nueva, próspera y arcádica. Y llegan las Navidades también con promesas de felicidad que se renuevan por tradición, incluso para parados y desahuciados. Mientras tanto, sin apenas darnos cuenta, los soldados estadounidenses abandonaron Irak. Obama no ha ido a clausurar por segunda vez aquella guerra que se llevó por delante a su antecesor y colaboradores, forjada de medias verdades y claras mentiras. Recordábamos la imagen de aquel Bush eufórico a bordo de un portaaviones diciendo que la guerra ya había terminado. Pero años después la retirada de las tropas no ha resultado heroica, pese a los enormes costes de la aventura. Antes, habían abandonado también el país, aún con mayor sigilo, los británicos. Mas los problemas iraquíes siguen lejos de solucionarse. Dos días después de la proclamación de esta paz en sordina, Nuri al Maliki, primer ministro del Gobierno, dictaba ya una orden de detención contra el hasta entonces vicepresidente Tarik al Hachemi, acusado de organizar escuadrones de la muerte por algunos de sus guardaespaldas y ordenar personalmente asesinatos y atentados. Pero Al Hachemi había huido ya a la zona kurda iraquí, más autónoma, a lo que parece, que nuestras autonomías, puesto que el primer ministro solicitó la devolución del encausado hasta el momento sin éxito.
La democracia que los EE.UU. han dejado instalada en Irak no parece muy sólida, porque subsisten los enfrentamientos religiosos y tribales entre chiíes, ahora mayoritarios en el Gobierno, y suníes, que ostentaron el poder en el anterior régimen, pese a ser minoritarios, y a esta rama islámica pertenece al Hachemi. He aquí, de nuevo, un conflicto ancestral en primer plano. Joseph Biden, vicepresidente de los EE.UU., tuvo que hablar el pasado martes con el primer ministro iraquí y con el presidente del Parlamento Osama al Nuyaifi para poner cierto orden en estos primeros días de una paz que no logra evitar atentados ni la división del país, aún excluyendo la minoría kurda que demanda independencia y la anexión de los vapuleados kurdos que habitan en Turquía. La guerra, como casi todas, ha resultado bastante inútil. Irak sigue lejos, pues, de lo que por éstos y otros pagos se entiende como democracia. Pero Obama ha cumplido su promesa electoral y el grueso de los soldados ya ha regresado a casa. Hay compromisos serios entre ambos países que deberían respetarse, pero si Bush no logró siquiera, supongamos, descubrir la inexistencia de las armas de destrucción masiva, ¿cómo puede fiarse su sucesor de que lo que resta de Irak es terreno abonado para sustentar un tan difícil como ajeno sistema democrático? Ni siquiera Egipto, pese a las buenas intenciones iniciales, lo está consiguiendo y un significativo silencio se abate sobre Libia. De ahí, los temores de acabar de romper el puzle con una intervención en Siria. El mundo islámico, sobre el que, sin duda, existen notables especialistas, sigue siendo un arcano para los occidentales.
Por el contrario, la despedida de Rodríguez Zapatero y la pausada y pautada llegada de Mariano Rajoy y su nuevo y coherente Gobierno –tiempo de bienvenidas– han resultado ejemplares. Vimos el debate y apenas podíamos creerlo. De pronto, aparecieron en el Parlamento aquellas maneras por las que habíamos suspirado, porque la política, pese a lo que algunos opinan, es también cuestión de formas e imprescindible. Las Cámaras están para disentir, pero también para que los adversarios –que no enemigos– logren colaborar en aquellos asuntos que les puedan parecer razonables. El nuevo presidente tiene ya la bendición alemana, aunque se le estuvo exigiendo, aún antes de formar gobierno, rápidas decisiones, recortes más duros. Las agencias están ojo avizor, a la espera de rebajar las calificaciones de comunidades, ciudades y empresas públicas. Los mercados pretenden el saldo, la ganga. Frente a todos ellos la tarea de Rajoy y sus colaboradores no va a ser fácil. Estamos y estaremos en recesión, se incrementará aún más el paro y los responsables políticos no disponen de una varita mágica para detener la bajada por el tobogán de las clases trabajadoras y medias. Así andamos en las Navidades del aún 2011. Con esperanzas y sin convencimientos, remedando mal el título de uno de los libros de Ángel González. Hay quienes se despidieron con lágrimas y otros con el bolsillo lleno. Ahora el PP tiene la palabra y el tiempo, como CiU. Porque el PSOE debe reinventarse o en ello dice estar. Ojalá acierten unos, otros y los demás para el bien de todos.
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