Marea zombi por Alfonso MERLOS

Han ido a por lana y han salido trasquilados. Los pastores de nuestras adocenadas centrales sindicales han escuchado de viva voz lo que piensan los más de cuarenta millones de españoles que no se han echado a la calle y las decenas de miles que se han entregado, confundidos o desesperados, a este primer episodio de agitación y propaganda. Son unos vendidos, han vendido a los trabajadores, han funcionado como terminales del poder y, lo determinante ahora, por fin se les ve y se les siente porque el chollo de refugiarse bajo el paraguas rojo del poder es historia desde el 20-N.

Estamos ante el nacimiento de una marea zombi. Por un lado, observamos con estupefacción cómo se manifiestan a plena luz del día personas a las que se suponía muertas, que parecen haber sido reanimadas por arte de brujería, por medios mágicos de un hechicero. Por otra parte, intuimos con tristeza cómo esa masa amorfa se presenta atontada, moviéndose de forma autómata tras escuchar el silbato de los millonarios líderes obreros.

Como en el mítico thriller, el montaje, la coreografía y el maquillaje han estado estudiadísimos. No ha faltado detalle a la hora de salir de un cementerio en el que no se ha movido una lápida mientras España superaba la barrera de los tres millones de parados, de los cuatro y de los cinco. Tampoco ha escaseado la retórica caduca y leninista inherente a los carnavales de UGT y CC OO: ¿qué empanado ciudadano no se ha enterado todavía de que los problemas de los españoles tienen su raíz y única explicación en la Iglesia y en Botín?

Es comprensible que la falta de ideas, apoyos y trabajo haya llevado a un buen puñado de bienintencionados compatriotas a responder al primer toque de corneta de Toxo y Méndez. Pero sería lamentable que siguiesen comportándose como zombis. No vamos a levantar España con quienes hagan las cosas mecánicamente, privados de voluntad; y tampoco con quienes, ayunos de inteligencia, intenten suplir sus carencias dejándose enredar en una rebelión inútil.