Cataluña
Malos tiempos para la imparcialidad
Cuando el Barça bullía de rabia, desesperación y celos por la manifiesta superioridad del Real Madrid, culpaba al centralismo de su incapacidad y surcaba el aire con cortinas de humo que llevaban el nombre de Romerito o Bogarde, según la época. Los imparciales de ayer, y de hoy, entonces teníamos un problema en Cataluña. Nos miraban mal, como al árbitro que pitaba lo que veía, que siempre les perjudicaba, fuera de Málaga, Valladolid, Suiza o Sebastopol. Primero fue la alianza de Franco con Bernabéu la que cercenó sus posibilidades. Aún hay quien asigna al poder del «Régimen» las seis Copas de Europa. Más adelante, la UEFA y Villar se encargaron de que no prosperara el «mes que un club». No eran los fichajes de Figo, Zidane o Ronaldo los que empujaban al Madrid de Florentino Pérez, sino las conspiraciones planetarias y los árbitros quienes enterraban sus ilusiones, tan frágiles como sus proyectos, inservibles frente a la apostura madridista.
Ahora ha virado el viento. El Barça ha encontrado un filón en Guardiola y en la cantera, como antaño el Madrid de la «Quinta». Éxitos sombreados por decisiones arbitrales, «siempre positifas», en tanto que al Madrid le cuesta acertar con la tecla. La expulsión de Pepe, reglamento en mano, pudo ser que sí y que no. Hasta esa ¿suerte? es aliada azulgrana. Y volvió a disfrutar de ella cuando De Bleeckere señaló la falta que Cristiano Ronaldo no hizo a Mascherano antes de que Higuaín marcara. Los hados que antes visitaban al Madrid ahora son pulgas. En medio de la tempestad desatada por Mourinho, que pretende cobrar facturas a la UEFA de cuando entrenaba al Chelsea y al Inter, para desgracia de su actual club, no encuentra el Real ni el empuje de una brisa favorable. Todo sonríe descaradamente al rival, lo cual sirve como excusa para quejarse con la amargura de aquel Barça acomplejado.
Naturalmente, la culpa de que triunfe Guardiola con una hornada de futbolistas sin igual, la tienen Villar –otra vez él, 24 años en el puente de mando, gracias tambien al apoyo incondicional blaugrana– y la UEFA. No debe ser casual la coincidencia de conspiradores. En crisis de valores, el fútbol también cabalga hacia el pensamiento único, y los «antibarcelonistas» de antaño ahora somos «antimadridistas». Personajes como antes Núñez o Gaspart, como ahora «Mou», convierten la neutralidad en pecado. No defender desde la trinchera los postulados de quienes se mueven con pertinaz soltura en el fango del victimismo equivale a ser anti. O piensas como yo o estás contra mí. Menos mal que aún quedan madridistas y barcelonistas que creen que para vencer hay que jugar, hay que chutar, hay que ser superior y demostrarlo, con hechos y estadísticas, y meter más de un gol por si el que pita te anula uno. Entre la intransigencia y la vergonzosa «guerra de Canaletas» hay un hilo. Es preciso saber ganar y, para mejorar, saber perder. Si el fútbol fuera lo que predica Mou-rinho para justificarse, o aquellas peroratas de Cruyff cuando no ganaba, o «el campanar» de Guardiola en la derrota, los halagos de hoy serían las puñaladas de mañana. La virtud está en el termino medio, sí; pero corren malos tiempos para la imparcialidad.
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