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Conversación con banquero (III) por César Vidal
Debo de llevar no menos de media hora departiendo con el banquero acerca del futuro económico de España. De momento, ha dejado claro que no tenemos más remedio que profundizar en la confianza inicial que la comunidad internacional le concede a Rajoy, que debemos esforzarnos por crear empleo y que hay que reformar la legislación laboral a toda costa. Pero resulta obvio que no cree que todo eso sea suficiente para salir de la crisis. Le he preguntado qué nos falta. «Ustedes no pueden seguir manteniendo un modelo de estado como el que tienen», me dice mientras mueve suavemente la cabeza en un gesto de negación, «ni ustedes ni nadie». «¿Se refiere al sistema autonómico?», le pregunto. «Por supuesto, pero también a los ayuntamientos», me responde. «Su sistema autonómico comenzó a crearnos una profunda confusión ya hace veinte años. No podíamos entender que regiones como Cataluña o las Vascongadas pudieran tener representación diplomática en el extranjero. No sólo era caro. Además era una pomposa estupidez. Luego acabamos viendo que no sólo era sorprendente y necio sino además ruinoso. Ustedes no tienen un Estado federal, sino casi veinte estados independientes que gastan sin responder ante nadie. Ni aunque su Rey fuera el mismísimo rey Midas podrían costear ese estado... ¡Qué locura!». «Sí, no se equivoca usted», reconozco. «Pues acaben con ello», me dice. «Es más fácil de decir que de hacer», comento un poco lastimero. «No tienen salida», insiste. «Pueden ir hacia el modelo francés y acabar con eso que llaman ustedes autonomías o hacia un modelo regional como el italiano en el que cada región se paga sus cuentas, pero lo que no pueden es seguir otorgando privilegios a unas regiones por encima de otras. Mire usted lo que ha sucedido con Cataluña. Cuando yo comencé a hacer negocios con catalanes hace cuarenta años, era una región prometedora, ahora es un vertedero del que huyen los empresarios que desean seguir siéndolo. En cuanto a sus tierras vascas... ¿necesita que le dé detalles?». Niego con la cabeza. «Sólo un ‘‘jerk'' total, un ‘‘asshole'' absoluto puede pretender que siga funcionado un sistema que los ha arruinado totalmente y que además acaba con la igualdad entre los ciudadanos. Refórmenlo igual que los alemanes que han reducido drásticamente el poder de sus länder. Háganlo o resígnense a ser una nación de mendigos para lo que queda de siglo». «Comprendo», digo, «no hagamos nada para que dejen de confiar en nosotros; premiemos a los que trabajan y neguémonos a mantener a los que son unos haraganes; no gastemos en estructuras absurdas y rediseñemos el Estado para que funcione de manera más económica y racional». «Sí, lo entiendo. ¿Es eso todo?». El banquero sonríe. «No soy el oráculo de Delfos», me dice, «pero creo que todavía les falta algo muy importante».
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