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Mortier se la juega con el 15-M

Se veía venir. El estreno ayer de «C(h)oeurs», reflexión sobre las manifestaciones de «indignados», no dejó indiferente. Hubo rifirrafe entre el público del anfiteatro y el del patio de butacas. 

Mortier se la juega con el 15-M
Mortier se la juega con el 15-Mlarazon

Los escasos metros que mide la calle Arenal separan el despacho de Gérard Mortier de la Puerta del Sol. El gestor nunca ha percibido la ópera como un legado del pasado, sino como un material para analizar el presente. Su empeño por hacer del Teatro Real un foco de la cultura Latinoamericana le llevó a programar la fallida «Moctezuma», a mantener el encargo de Antonio Moral a Pilar Jurado, «Página en blanco» y a solicitar a Mauricio Sotelo, un compositor contemporáneo enamorado del flamenco, que pusiera música a «El público» de Lorca. Cómo no iba a inspirar a Mortier el campamento de protestas en que se convirtió el kilómetro cero hace unos meses. Así que el proyecto sobre coros de Verdi y Wagner que llevaba meditando algunos años con Alain Platel desembocó en una reflexión sobre el individuo frente a la masa, cuyo libreto parece escrito en aquellos días convulsos. El estreno mundial de «C(h)oeurs» no dejó indiferente al patio de butacas. Hubo conatos de bronca, risas, intercambio de pareceres y clarísima división de opiniones al terminar, además de abandonos a los 45 minutos.

El día de la ira
«Dies irae» (el día de la ira), del «Réquiem» de Mozart, la primera composición seleccionada para este programa, ya avisa del tono del espectáculo, el más personal y político de los que ha subido Mortier al escenario madrileño. «Es un espectáculo político –reconoce el gestor– pero no en el sentido de izquierda o derecha, sino sobre la condición humana». Las revueltas árabes también han contribuido mucho a la gestación de este proyecto: «Me cuesta aceptar que después de las imágenes de Siria en los informativos venga una de Ronaldo y después nos tomemos un whisky. Hemos perdido la capacidad de sufrir y el teatro está para plantear este tipo de preguntas», continúa Mortier.

 El coro actúa como verdadero protagonista que corre, se manifiesta, grita consignas por los pasillos del teatro, escribe carteles, se desnuda (sólo algunos miembros) y, sobre todo, canta, a veces «estorbado por los bailarines» de les ballets C de la B, según comentaban algunos espectadores al finalizar el ensayo pregeneral. El nivel de la escritura musical requiere un esfuerzo máximo, pues durante la función van desfilando melodías como el coro de peregrinos de «Tannhaüsser», «Va pensiero» de «Nabucco» o «Patria opressa» de «Macbeth». La tensión es máxima ya con lo que Verdi y Wagner idearon, pero el libreto manda que la masa se desate y entonces lanzan un zapatazo colectivo como el que Bush recibió de un periodista iraquí. En un determinado momento se entrega el micrófono a una de las manifestantes que, a veces en francés y otras en castellano, lanza consignas como «se cree que porque miles de personas hagan lo mismo son la misma cosa. Simplismo fascista, el racismo también lo es». «Si Estados Unidos muriera de hambre, o Alemania, o Rusia…». «Los que piensen que el amor dura para siempre que formen un grupo…», «los que podrían morir por otro..., otro». La acción avanza y los cartones del suelo se convierten en pancartas, donde se puede leer «unión», «armonía», «agua», «alma», «educación». Luego varios de los manifestantes juegan con sus pancartas hasta formar la frase «sus revoluciones devoran sus hijos».

Manos ensangrentadas
En un gesto plástico y también político, el coro acaba con las manos manchadas de sangre, como en otras ocasiones los manifestantes contra el terrorismo salieron a las calles de nuestro país con las suyas pintadas de blanco. En los ensayos generales los invitados se preguntaban cuál sería la reacción del público, a ratos frío, a ratos agitado del Real. Ayer se vio y se escuchó con claridad. No hay muchos precedentes a tener en cuenta, pues se trata de una función fuera del abono de ópera e incluida en el de danza, que no comparte en absoluto el perfil del abonado del Real.

 «Estoy seguro de que esto no podría hacerse con casi ningún coro de una gran teatro europeo», presumía Mortier estos días en Madrid. Andrés Máspero, director de ese cuerpo estable del teatro, le daba la razón y argumentaba el por qué: «Porque se trata de un coro privado». Cuando el argentino llegó a Madrid pidió al gestor belga empezar de cero y tener todo el poder para la selección de los cantantes. Ahora se muestra extremadamente satisfecho de aquella audición, a la que se presentaron más de quinientas personas y él tuvo que quedarse apenas con el diez por ciento.
Finalmente Intermezzo se hizo con la gestión de este cuerpo del teatro y el maestro juzga así la situación de los cantantes: «Nadie está preocupado por si le vamos a renovar el próximo año yo siempre he trabajado con contratos temporales y sería el primer perjudicado si el coro no anduviera bien», argumenta Máspero.

 Hubo otros tiempos en que producciones como «Moisés y Aaron» se cayeron de la marquesina porque la nueva dirección consideró que el coro anterior no estaba en disposición de afrontar una partitura así. Ahora ocurre lo contrario; a veces, es el propio Máspero quien lamenta que tras un buen trabajo de lectura musical tenga que entregarlo a ciertos directores de escena: «Ése es el momento crucial» y «algunos malogran nuestro trabajo», se defiende.

 

Platel, en la estela de Pina Bausch
Alain Platel (en la imagen) es altísimo, muy cálido y considera a cada bailarín como si fuera un hijo. Los trata con mimo y sabe de cada uno de sus movimientos. Nunca se separa de su perro, tan grande como él, y admira de manera incondicional a Pina Bausch, quien marcó su carrera y quien fue su amiga –le dedicó una obra, «Out of context (for Pina)»–. Considera que la danza es un arte en constante evolución, «aunque no creo que tenga una necesidad de renovarse, lo hace porque surge así», asegura. Platel ha tradado siete años en dar forma al montaje de «C(h)oeurs».