Damasco
Siria en guerra por Manuel Coma
«Hama, a cámara lenta». Así definía la situación hace ya varios meses un columnista de «The New York Times». En 1982, la tercera ciudad del país, y un bastión suní, se alzó contra el régimen dominado por la secta Alauí, cuya islamidad ponen en duda ambas ramas. Hama fue tomada militarmente al asalto. Manzanas y barrios enteros fueron arrasados. Los bulldozers aplanaron los escombros y fueron hormigonados. Miles de cadáveres quedaron aprisionados. Como mínimo, hubo 10.000 muertos. Rifat al Asad, hermano del anterior dictador y tío del actual, presumió de que habían sido 37.000 los fallecidos. Ahora, parece lo mismo pero de viernes a viernes. El número de víctimas sobrepasa las 3.000 desde mediados de marzo. Hay miles de detenidos. El régimen dice que sus fuerzas están siendo atacadas, lo que comienza a confirmarse. Los desertores se enfrentan a tiros a las Fuerzas de Seguridad, cuya cúpula copan los alauíes. La mayoría suní engorda la tropa y sólo roza los cuadros inferiores. La exigencia de una venganza por la muerte de algún compañero podría conducir a la rebelión de una unidad, precipitando el conflicto hacia la guerra civil.
Pero lo más grave para el régimen es el cambio en la situación internacional, hasta hace poco dominada por la lógica de que más vale lo malo conocido. Los que luchan contra el despotismo no ofrecen garantías de democracia. Éste dato sólo interesa a Occidente, que tiende a ignorarlo. Para los gobiernos tradicionales de la zona, los que han resistido los efluvios de la primavera, la democracia es una amenaza, pero el islamismo radical que anima esa heroica oposición lo es aún más.
En el plano geopolítico las cosas están más claras. La caída de los Asad sería un rudo golpe para el enemigo iraní. Si las cosas se desmoronan por dentro, ha llegado la hora de denunciar a Damasco. A pesar de los pesares.
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