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El torero

La Razón
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Mucho se ha desvirtuado en los últimos tiempos la figura de Ortega, a medio camino ya entre el burdo colorín y un pasado de gloria. El maestro, cosido a cornadas y hecho en las andanzas y desventuras de la vida, logró el sueño de niño de convertirse en figura. Grandes triunfos y gravísimos percances, que le tuvieron al borde de la muerte; en el abismo estuvo cuando cayó herido en Zaragoza y ya unido a Rocío Jurado en Cartagena de Indias. La imagen de hoy de Ortega Cano dista de su otra realidad: sus cuatro puertas grandes en Las Ventas, su arrojo, su torería y la calidad artística de su toreo. En su palmarés queda, por muchas voces ávidas de dinero fácil y rápido que quieran enmascararlo, el hito de haber indultado en 1982 a «Velador», el toro de Victorino Martín. El único astado que ha vuelto con vida a la dehesa en Madrid. José Ortega se retiró en el 98 tras una dilatada trayectoria. Presa del veneno, nunca supo irse. Su vida ha estado llena de idas y venidas, como tantos maestros. El toreo engancha pero no suelta y se eterniza una búsqueda laberíntica. Ortega demolido hoy por sus propios monstruos y los del corazón, se debate entre la vida y la muerte. Un accidente frontal de circulación, en el que la otra persona perdió la vida. Una tragedia.