Roma

«Playboys» por el placer de vivir bien

Con el suicidio de Gunter Sachs se va un tipo de «bon vivants» aficionados a las multimillonarias, al lujo y a las fiestas 

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Hubo un tiempo, socialmente exultante, en el que la alta sociedad tuvo sus casanovas privados, los «playboys», que dedicaban su vida lujosa a seducir con sus encantos a las mujeres más bellas y desocupadas del mundo. Estos atractivos «playboys» formaban parte esencial de la ociosa jet-set internacional. Irradiaban una estela de glamour tan densa y fascinante que las mujeres de mundo caían en sus brazos sin importarles el precio que acabarían pagando por ello.

La jet-set se nutría de la meritocracia y la farándula internacional, que desde los años 30 hasta los 70 formaron un selecto grupo de famosos afectados por la pulsión social («Social Disease»). Los «playboys» eran jóvenes que llevaban una vida regalada. Podían ser ricos, como el príncipe Ali Khan, o arribistas, como Porfirio Rubirosa, artistas con un grandísimo carisma personal, como Walter Chiari, Alain Delon y Frank Sinatra, o gánsteres como Joe Stompanato, a quien asesinó la hija de Lana Turner por maltratar a su madre.

Todos ellos, «playboys», gigolós y conquistadores, nutrieron las filas de la jet-set, capitaneada por Hemingway, Truman Capote y Gore Vidal, acompañada por estrellas del cine como Ava Gardner, Liz Taylor y Brigitte Bardot, y asiduos como el aristócrata Vilallonga, el torero Dominguín, el compositor Leonard Bernstein y el fotógrafo de «Playboy» Gunter Sachs. Cada uno, en su estilo, pasearon su fina estampa por los más selectos cosos del mundo chic y sedujeron a las mujeres más deseadas gracias a su indudable encanto personal, su capacidad para que cada mujer se sintiera única en el mundo y con un arma secreta tan comentada en privado como el ardor guerrero que demostraban en el lecho del amor.

Si Porfirio Rubirosa debe ser considerado el primer «playboy» de la modernidad, Gunter Sachs merece el raro honor de haber sido el último conquistador. Con él se extingue una raza de «bon vivants», de tenorios del amor cortés y la entrega al sexo como afición, inventados por Hugh Hefner y su revista «Playboy», que actualizó el mito de Don Juan. No se consideraban gigolós, en sentido estricto, porque muchos de ellos era multimillonarios o hijos de gente adinerada y no cobraban por sus servicios, como sí hacía Warren Beatty en «La primavera romana de la señorita Stone» o Richard Gere en «American Gigolo», pero hicieron del cortejo a multimillonarias desocupadas, actrices en estado de celo y reinas cesantes un fascinante oficio.

La época de esplendor de la jet-set y los «playboys» fueron los años 50, con los vuelos intercontinentales, privativos de la gente chic, y languideciendo en los años 70, con la popularización de los vuelos chárter. La jet-set iba de Norteamérica a Europa, en vuelos transoceánicos. Frecuentaban la «dolce vita» de Roma, donde Waler Chiari reinaba entre las bellezas de Cinecittà. Hacían escapaditas a Chamonix. Madrid y Pamplona eran dos ciudades dominadas por Dominguín en la ruta a Marraquech, y, de vuelta a la Costa Azul, Brigitte Bardot ejercía de caprichosa diosa del amor en Saint Tropez, meca erótica frecuentada por el alemán Gunter Sachs, que se casó con la actriz en 1966. Acudían a las fastuosas fiestas de Aristóteles Onassis en la isla de Escorpio y a cruceros por el Mediterráneo, perseguidos por una nube de paparazzi. Las borracheras, las fiestas, las drogas, sus amores y rupturas eran aireadas en la Prensa sensacionalista, regodeándose con el triángulo de María Callas, Onassis y la maquiavélica Jacqueline Kennedy, que consiguió, con un pacto secreto, casarse con el armador griego.

Históricamente, se considera al dominicano Porfirio Rubirosa como el primer «playboy». En él se inspiró Ian Flemnig para el elegante espía y «playboy» James Bond. Su característica esencial, aparte de su porte latino y derroche de testosterona, era su miembro viril, tamaño «king size». Una indiscreción aireada por Truman Capote y un encanto oculto que enarbolaban famosos castigadores como Frank Sinatra y al gánster Joe Sompanato. «Rubi» se casó con Flor de Oro, la hija de su protector, el dictador dominicano Trujillo, y con dos de las mujeres más ricas del mundo: Barbara Hutton y Doris Duke. Las tres fueron muy generosas con «Rubi» a la hora de divorciarse. Mientras tanto, sedujo a Zsa Zsa Gabor, Ava Gardner, Kim Novak y Marilyn Monroe, grandes profesionales del amor.

Las copas están pagadas

En el campo aristocrático, el «playboy» español por antonomasia fue el vividor José Luis de Vilallonga. Begoña Aranguren lo califica en su biografía de «diamante falso»: una mezcla de seductor y misógino. Engañó a su primera mujer, la aristócrata Priscilla Howard, en su luna de miel, con la hermana de Zsa Zsa Gabor. Su imagen de «playboy» latino quedó fijada en «Desayuno con diamantes», un estereotipo que fomentó a lo largo de su vida de elegante «latin lover», cuyo genio y figura arrastró hasta el final.

El más friqui de los «playboys» fue el hermano de la Reina Fabiola de Bélgica, don Jaime de Mora y Aragón. Fundador de Marbella –donde acabó retirándose la jet-set en los años 70– actor de comedias sexy y pianista, disfrazado de aristócrata con monóculo y perilla. Protagonizó el escándalo del robo del diario de Fabiola, que publicó un semanario francés, aunque uno de sus mayores logros fue hacer el amor con monóculo. En el lado más caspa, hay que mencionar al «playboy» venezolano Espartaco Santoni, aplicado estajanovista del placer. En sus memorias, relataba intimidades de sus relaciones sexuales con Marujita Díaz y Tita Cervera. Acabó regentando un chiringuito en Marbella disfrazado de pirata del amor.