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Yo anduve con un zombi por Pedro Narváez
Debajo de los adoquines no está la playa sino un río sangriento de revoluciones donde se amortajan las ideologías. A Méndez, que bien podrá ser el enterrador del sindicalismo, le gusta levantar los adoquines y disfrutar del espectáculo de la destrucción, como un Nerón que tocara la Internacional con una lira, como un lobo disfrazado de caperucita roja. Demasiadas abuelitas sin pensión, señor Méndez; el cuento se acabó. A la gente se le ha caído la venda y además es oír a Pablo Milanés y el español medio sale corriendo a buscar cobijo en el Defensor del Pueblo. Méndez está matando el sindicalismo con los liberados en los consejos de los bancos y las cifras de escándalo que vomitan las subvenciones. Después de esta huelga será un zombi, un ser de otra época que se resiste a tener una tumba como Dios manda, un ser en blanco y negro que, como en «The artist», no quiere arder todavía pero al que no parece importarle quelos demás, ese hombre que pasa por la puerta de su casa, se quemen. Ayer andaba en Zaragoza, en una parada de su «road show» en busca de fans, descontentos, rebotados, señores de café amargo a los que nadie invita a un cortado. Una foto lo retrataba desde atrás, con un auditorio que merendaba tristezas. Después del 29M, Méndez será definitivamente pasado y moverá los labios pero no se oirá nada, querrá gritar y se le hará un nudo en la garganta. Matones de sindicato nos llaman fascistas en el cobijo de Twitter donde Ussía los pone en su sitio antes de volver a la postura indolente del gentleman. Voceros de la pancarta nos acribillan con sus lenguas parabellum. LA RAZÓN miente, dicen, mientras despiden a sus trabajadores con la ley tan perversa en la mano. Pero el 30 de marzo el daño estará hecho y deberán pedir perdón. Señor Méndez y tal, le hemos descubierto y ahora el rey rojo va desnudo.
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