Crisis política en Italia
Uf qué alivio
Desde que ZP se ha quitado de encima el peso que llevaba sobre los hombros –o sea, «estepaís»–, se le nota aliviado. Como cuando uno se prejubila de un trabajo enojoso en una fábrica que amenaza ruina. Ahora que se va, luce aspecto de estrella de cine. Actor de «Matrix, el Retorno», parece. Mientras los demás seguimos acochinados en la zanja de la deuda, el déficit, la inflación y el paro, el presidente luce sonrisa exultante de ex presidente. «La Wikipedia me absolverá», parecen decir las comisuras de su boca. Es que la carga del Estado da mucho tute. Uno se descuida y, ¡zas!, el poder lo deja a uno que parece la madre de la abuelita del anuncio de Fabada «El Litoral». El poder avejenta, erosiona, estresa, mola cantidubi. El poder le hace la cirugía «estática» a la cara del poderoso y la convierte en mueca impasible, en máscara. El poder te obliga a comer mal en restaurantes bien. El poder engorda y arruga. Los políticos dicen pensar en el bien común, pero como el bien común ahora es más bien pobre, a veces el poder cansa y uno quiere volver a su sofá y sus zapatillas, aunque con una buena paga. El poder lo obliga a uno a salir de casa y a hacer promesas irracionales pero bonitas. El poder desgasta… sobre todo a la oposición, como decía Andreotti, que fue primer ministro italiano y estuvo procesado por presunta vinculación con la mafia y sabía de lo que hablaba. El poder aja, vicia y consume. El poder paga a sus intelectuales orgánicos, les da de comer y los ceba. El poder da sed de más poder. Es inmundo. Es un gustazo.
ZP ha dejado atrás todo eso, y se le nota en la cara, en el lenguaje corporal, en las gafas y la alfombra roja que ahora pisa más seguro que nunca. Atrás quedaron las dudas, si alguna vez las tuvo: la ética de la convicción frente a la ética de la responsabilidad, las componendas políticas, las cuotas femeninas, los presupuestos generales… Adiós a todo eso. El que venga detrás que arree. El ex presidente ZP atisba la luz. Él tiene pagado el recibo. Ha redoblado su optimismo. Tanto, que se le antojan promesas de miles de millones el mínimo gesto de rascarse que haga el primer chino con que se tropieza.
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