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No estáis solos

La Razón
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No estáis solos, hombres de Dios. ¿Cómo pueden haberos convencido de que eso de ser hombre es algo tan único y singular?, que ya, hasta cuando intentáis imaginaros otras formas de vida, otros modos de inteligencia, vuestra ciencia, y la torpe ficción que le hace la rosca, no sabe más que imaginar hombrecitos, disfrazados de megagrípteros o metazoóstatos o cualesquiera de esos monigotes que les compráis a vuestros niños para irlos envenenando desde pequeños, pero siempre humanos como nosotros, repitiendo, interplanetaria, intergalácticamente, las mismas estupideces y fantasmadas con que hemos cagoteado nuestra tierra; porque tenemos que comprender el mundo desde nosotros, objeto él de nuestro saber y nosotros, claro, los sujetos, hasta alcanzar el ideal supremo, que el mundo todo sea del Hombre, o mejor, que el mundo mismo sea hombre, vagando solo por el espacio sin estorbos: ése es el futuro a cuyo fin el Estado sacrifica sus capitales y cuantas vidas de súbditos haga falta, y la Ciencia a su servicio, queriendo entender todo desde dentro de nuestra realidad, no puede sino producir visiones cada vez más matemáticas y más vacías.
Un caso de cosa
Pero a nosotros, con lo que nos queda de sentido común, ¿va a sernos tan difícil descubrir que no somos más que un caso de cosa entre las cosas, reconocer que las cosas, cualesquiera cosas, hablan, cada cual en su idioma, y que el nuestro es sólo el que corresponde a nuestra traza, y que igualmente se ríen las cosas y lloran, cada cual a su manera? ¿No vais nunca, lectores, a abandonar al Hombre, a ése «que se atormenta a sí mismo» con asuntos humanos en la comedia de Terencio, y trocar su dicho, insaciablemente repetido, por el de «Soy cosa: nada de las cosas me es ajeno»? Sólo así podré decirme y deciros que no, no estamos solos, y, renunciando a esa Fe que quiere condenar al Hombre, dejar que las cosas resuciten y nosotros, sin más tormento ni mentira, librándonos de nuestro ser y perdiéndonos en ellas.