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Fiebre autonómica
El Estado de las autonomías se ha convertido en un disparate: si uno se pone enfermo en una comunidad que no es la suya, va listo, puede que incluso se nieguen a atenderle, y si le traslada una ambulancia, le dejará en la «frontera».
Parece un chiste, pero es el resultado de no haber previsto las potenciales consecuencias de una Constitución «paz para hoy y muchos líos para mañana». Tenemos un solo pasaporte y una sola tarjeta sanitaria, pero somos extranjeros en nuestro propio país. El sistema no funciona, hay que reinventarlo. En toda crisis anida la semilla de la oportunidad de rehacer las cosas aprendiendo de los errores. Hemos vivido de espaldas a la realidad como si ésta no nos fuese a alcanzar. Nos hemos «mediocrizado» en muchos sentidos. Por un lado, importamos médicos mientras que muchos españoles se largan al extranjero en busca de hospitales donde se valore su talento y su trabajo.
En España no somos dados a reconocer nuestros errores, se nos da muy bien victimizarnos y echar las culpas al «chachachá». O asumimos que tenemos «fiebre autonómica», o no abordaremos los cambios necesarios que nos permitan sanear las estructuras del país acabando con el despilfarro y los despropósitos. Cuando un organismo se vuelve contra sí mismo le sube mucho la fiebre. A este paso, en España acabará por estallarnos el termómetro en las manos. Francia aprendió de sus errores y retomó el modelo de centralización de las competencias. Menos autonomías y más país. Ya lo dice el dicho valenciano: «mucha gente, mala procesión».
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