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Vivir del lujo por José María Marco
En Noruega, la cadena Lidl, bien conocida por sus precios económicos, tuvo que cerrar hace algún tiempo sus 50 almacenes. Los noruegos no compran tan barato. ¿La razón? Los ingresos del petróleo, que han hecho de este pequeño país de 4,9 millones de habitantes un emporio de riqueza, con unos ingresos medios netos de 51.500 euros al año por habitante. Curiosamente, tampoco abundan allí las tiendas de superlujo. Los noruegos, un pueblo de pescadores pobres hasta hace dos generaciones, ahorran un 95 por ciento de los ingresos del petróleo para las futuras generaciones.
En el resto de Europa la situación es algo distinta. Es verdad que no tenemos petróleo como los noruegos, aunque cada país tiene fuentes muy notables de riqueza (las de España son variadas y envidiables). Pero lo que no tenemos en absoluto es la mentalidad de ahorro. O mejor dicho, la tienen los particulares, que han reducido sus gastos drásticamente desde la crisis. Los gobiernos, en cambio, siguen viviendo en el boato. Ha sido digna de verse, sin ir más lejos, la orgía de nombramientos de jefes de gabinetes y personal digital de estas últimas semanas... Así que en vez de ahorrar, nuestros gobernantes siguen tratando de convencernos de que colocar su deuda, como dicen, es imprescindible. Se diría que esa deuda la van a pagar los noruegos.
Por otro lado, hablamos mucho de cambiar el modelo productivo. Parece que no nos damos cuenta de la inmensa riqueza que atesora España. Probablemente de lo que se trate no sea de cambiar el modelo, sino la forma de trabajar. España, en esto, como en otras muchas cosas, se parece al resto de Europa. Por causa de una legislación socialista, una política corporativista y un mercado de trabajo aún más medieval que el de nuestros vecinos los europeos, producimos objetos y servicios tan caros que nadie, ni siquiera nosotros, queremos ni podemos pagar.
Al revés que en Noruega, aquí los únicos que venden algo son las grandes cadenas de distribución, las tiendas en rebajas, los pequeños negocios familiares (de emigrantes, en general) y las de internet, que suprimen los costes de distribución. En nuestros países, la absurda teoría del precio justo ha encontrado al fin el efecto deseado… y letal. Resulta más que reveladora la huelga de los pilotos de Iberia, empeñados en impedir la creación de una línea aérea con tarifas asequibles. Lo mismo pasa con los sindicatos y, en buena medida, con las burocracias gubernamentales que viven de las regulaciones que encarecen el proceso productivo y la contratación. Los empleados europeos –es decir, los que van quedando– defienden sus privilegios a costa de perjudicar a los demás. Al final, se perjudicarán a sí mismos. De no crearse esa nueva línea, por ejemplo, saldrán otras y los empleados de Iberia, entre ellos los pilotos en huelga, probablemente se quedarán sin trabajo. Para entonces, el seguro de desempleo será el recuerdo de unos tiempos que nos llevaron a la ruina.
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