Escultura
Un arte coherente por Arnau Puig
Conocí a Tàpies a finales de 1946, cuando yo acababa de hacer con Brossa y con Ponç la revista ALGOL. En cuanto trabamos relación nos sentimos afines intelectualmente aunque en Tàpies predominaran respuestas plásticas ya en aquel entonces enormemente bruscas, mientras que yo siguiera más bien las que podían corresponder al discurso reflexivo nacido del objeto o circunstancia misma. Ambos nos sentíamos apegados a la realidad y atentos a lo que de la realidad socialmente se decía, verificando que el código de las palabras establecidas en casi nada correspondían a los contenidos que se decía reflejaban. En aquellos tiempos las gentes aceptaban las incongruencias porque, ya se sabe, obedecían a los criterios políticos imperantes, que eran, se nos hacía creer, los auténticos creadores de la realidad de la calle. Pero entre la gente dedicada a las artes y al pensamiento esas premisas no cuajaban y, consecuentes con nuestros criterios y de lo que sabíamos de nuestro pasado reciente, a las incongruencias sociales las llamábamos «situaciones dada», aquella actitud de los intelectuales y artistas de la primera de las guerras europeas mundiales que presentaron la realidad social como la falsedad por excelencia.
Las primeras obras plásticas de Tàpies se mostraron con esos contenidos dada, incongruentes, falsos, reseñando lo que no había y mostrando la insubstancialidad de lo ofrecido a la consideración. Ése es el primer Tàpies, aquel con el que coincidí y con el que acordé que nuestras acciones podían tener algo de positivo, para lo cual decidimos –y aquí entramos en Dau al Set que tal vez, en vez de ser satíricos y rezongantes, valía más la pena tomar partido en los hechos por lo que entonces aun creíamos: la justicia social, desenmascarar los usurpadores de la voluntad y la fuerza creadora de la gente. Véase la «revistilla» de marras.
Pero no funcionó, ni aun con la ayuda de las ciencias, en donde buscábamos lo que a través del arte nos era imposible alcanzar. Rompiendo con todo y acorde con la realidad, Tàpies optó por un arte que expresara sus incomprensiones, inquietudes, iras y, también, sus deseos limpios. Fue el informalismo, que revestía en aquel entonces la característica de un alfabeto idiota, de un solo usuario en la emisión y recepción del mensaje, pero que nos bastaba y que quien observaba aquellos extraños grumos matéricos, aquellas incisiones no precisamente aleatorias sino provocadas expresamente por quien las generaba.
Tàpies se había dado cuenta de que los muros, las puertas, las sillas, las ropas, los utensilios del hogar, llevan siempre muestras que denotan su uso. Y fue ese uso – que no tiene nombres concretos pero que significa sufrimientos y alegrías, era lo que tenía, desde entonces que atender y valorar el arte. Nada de contar cuentos etéreos ni mostrar imágenes idílicas, sino ofrecer a los demás las cosas tal cual están entre nosotros, impregnados de apego, deseos, añoranzas y esperanzas.
Desde1946, con todos los avatares que ello conlleva, nos hemos ido viendo, hemos discutido, incluso con vehemencia dura, pero siempre hemos llegado a la conclusión de que lo que yo veía en su obra es lo que en ella había; y que lo que yo captaba es lo que él había metido mediante exabruptos, incoherencias, contradicciones matéricas y cromáticas, con rasgos sueltos y sin aparente ton ni son, que me provocaban y me hacía decir a mí lo que Tàpies quería mostrar a quienes las observaran. Nos culpábamos y exculpábamos mutuamente. Ese fue Tàpies toda su vida, un inquieto que necesitaba comunicar a los demás lo que le preocupaba, lo que levantaba sus iras o lo que le apaciguaba.
Arnau Puig
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