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Nací en el Mediterráneo por Joaquín Marco

La Razón
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Mucho antes de la reunificación de las dos Alemanias el poeta y autor teatral catalán Joan Oliver (que firmaba a menudo como Pere Quart) me dijo, con el sarcasmo que le caracterizaba, que Alemania y Centroeuropa tendrían que convertirse en un gran lago para que los mediterráneos pudiéramos bañarnos en él durante el verano. Una «boutade», idea delirante, ajena a lo que era la gran admiración por la cultura alemana de los integrantes de su promoción. Era antes de que Joan Manuel Serrat cantara eso de «nací en el Mediterráneo», como si el haberlo hecho supusiera un especial atractivo. Hoy observamos de nuevo a nuestros compatriotas emigrando para trabajar en otra Alemania, ya unida y prepotente, que dicta nuestro presente y también nuestro futuro. No es Doña Ángela, a quien sus socios del CDU más a la derecha acusan de blandengue respecto a países como España e Italia, inconscientes mediterráneos, amantes de la fiesta, la playa, los buenos yantares, las deudas impagadas y zona de habituales incendios veraniegos. Esta supuesta vida feliz, que nos hizo longevos, arranca del pasado, cuando los campos no eran bosques, sino viñedos y cultivos de secano y regadío. Con menor población y una vida campesina más austera también los bosques eran más reducidos. Convertidos en urbanitas fuimos abandonando las tierras antes de labor, sin preocuparnos de los bosques que nos rodean. Han ido desapareciendo aquellas casas rurales o quedan sólo restos abandonados. La despoblación del campo y, tal vez, el aumento de las temperaturas, dado el poco discutible cambio climático, incrementa la quema de bosques y ahora en enormes superficies. Dificultades económicas o descuidos públicos no permiten la oportuna limpieza en los inviernos y llegan disgustos veraniegos sin remedio.

Cuando parece que se sintió algo de aire fresco (baja muy ligeramente la prima, aunque no el riesgo, sube un poco la Bolsa, disminuye por sorpresa, aunque falaz, el paro galopante y cardiaco y nuestros bancos pueden ser ayudados por una Europa reticente, aunque sobrevuela sobre nuestras cabezas el aumento del IVA, la desaparición de algunos beneficios respecto a la compra de viviendas), finlandeses y holandeses quieren bajarnos los humos. Pero ahora tenemos a nuestro lado a la canciller alemana que se ha dado cuenta, tras hablar con Monti y discutir agriamente con él, que si el resto de Europa decrece, Alemania acabará a medio plazo en el mismo camino. Ya Rajoy, en competencia con Artur Mas, nos prometió otra vez nuevos recortes y estas promesas sí se cumplen. No así la rapidez europea en la ayuda a los bancos (antes cajas) que se las ven y desean y comenzó el desfile judicial de Bankia. Será el primero. Se rumorea la conveniencia de una nueva reunión de presidentes para determinar las condiciones precisas del rescate de una parte de la deuda bancaria española. Y es que ser hoy mediterráneo, pese al magnífico Serrat, es poco menos que pecado original. Barroso alzó la voz contra una de las Europas, la del norte. Sus habitantes observan siempre con recelo al sur (el cambio de gobierno en Francia ha escandalizado a determinados grupos ultraderechistas, por fortuna aún minoritarios, pero que marcan a la habitual derecha civilizada y dialogante). De existir, existe, claro es, esta Europa a dos velocidades. De ahí que los trenes circulen por distintas vías. Aquellos que los romanos calificaron de bárbaros hoy se consideran el centro del buen hacer político. Hay, por otra parte, quien distingue entre países protestantes y católicos: otro error. Y con disimulo se eligieron sinónimos de raza para no levantar sospechas. Bien es verdad que los países de las riberas del Mare Nostrum nos hemos ganado esta mala fama a pulso.

Tal vez Francia, con su Ilustración, hizo más que muchos otros. Somos afrancesados, mal que nos pese, no por hablar lenguas derivadas del latín, ni por Hollande; sino por Rousseau y Voltaire, por los enciclopedistas del siglo XVIII y por haber hecho de la razón una defensa contra la intolerancia. Esta Europa liberal (en el sentido decimonónico del término, el que acuñamos nosotros), solidaria, no debe ser –y eso lo entienden ya en Alemania– tan sólo un libre mercado. Lo que cabe admitir es que empezamos la casa por el tejado, el euro, y ahora hemos de correr para apuntalar el edificio y que no se derrumbe. Tal vez esta crisis que nos aprieta, ahoga y descompone sirva para tener algunas ideas más claras. Rajoy repite una y otra vez que no se puede gastar lo que no se tiene con toda la razón. Pero algunos parecen haberse llevado tajada de lo que no existía y habrá que pagarlo entre los que ni se enteraron. Algo que ya hemos aprendido es que lo habitual es que paguen justos por pecadores. Y, aunque nos arrepintamos de lo que nunca hicimos, nunca dejaremos de ser mediterráneos. Italia y España somos los mejores en fútbol. Tampoco esto se ve con buenos ojos por los holandeses, salvo por Cruyff, que ya es catalán.

 

Joaquín Marco
Escritor