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La aportación de la nuclear a España por Fernando NAVARRETE

Desde que el último maremoto sufrido en Japón tuviese entre sus devastadores efectos el accidente en la central nuclear de Fukushima, la opinión pública ­–especialmente la europea– se vuelve a plantear el valor que para la sociedad en su conjunto representa el aprovechamiento de la energía nuclear para la producción de energía eléctrica.

La sustitución de la energía nuclear por otras alternativas acarrearía pérdidas millonarias
La sustitución de la energía nuclear por otras alternativas acarrearía pérdidas millonariaslarazon

El debate tiene un cariz muy distinto en la sociedad japonesa. Y quizás se deba a que tiene que asumir y gestionar de verdad, y no de cara a la galería, los riesgos asociados a maremotos que arrasan vidas y haciendas a su paso.

En todo caso, el debate sobre lo nuclear es un debate legítimo en la medida en que se base en los datos y en las evidencias, y no en la confusión sentimental o el prejuicio. En este sentido, resulta conveniente clarificar lo que aporta la energía nuclear al bienestar de la sociedad española. Y ello en tres planos distintos: competitividad e impacto económico, seguridad de suministro y calidad medioambiental. En consonancia con el dicho popular de que algo sólo se valora en lo que realidad vale cuando se teme perderlo, adoptaremos el enfoque de evaluar qué pasaría en estas tres dimensiones si se decidiese prescindir de la energía nuclear en España bajo distintas hipótesis con respecto a las fuentes energéticas que la sustituyesen.

Para ello partamos de unos primeros datos. Los ocho reactores situados en España producen alrededor del 21% de la electricidad que se consume en el país, aunque sus 7.716MW de potencia apenas supongan el 8% del total de potencia eléctrica instalada. Esta diferencia refleja el elevado grado de competitividad y disponibilidad de esta fuente de energía frente a la intermitencia de otras que no se encuentran disponibles gran parte del año.

1) Competitividad e impacto
La estimación más conservadora del valor económico de la energía nuclear se obtiene si partimos de la hipótesis de que fuese sustituida íntegramente por la siguiente alternativa disponible más económica para la producción de energía eléctrica de base, esto es, mediante ciclos combinados de gas. En este caso, para mantener los actuales márgenes de seguridad en la cobertura de las puntas de demanda y evitar riesgos de apagones, se debería acometer la construcción de cerca de 20 nuevos ciclos combinados de gas con una inversión directa de unos 6.000 millones de euros.

A estos costes directos de inversión –y asumiendo que otros países no adoptasen decisiones similares que dispararían el coste del gas natural–, se añadirían unos 45.000 millones adicionales en sobrecostes en el precio de la electricidad, derivados del consumo de gas natural en los próximos quince años, y que supondrían una transferencia directa de renta hacia los países productores. Estas cantidades suponen más que toda la renta nacional perdida por España a lo largo de todos estos años de crisis, y que algunos denominan ya como «Gran Recesión». Estos sobrecostes se reflejarían en un incremento del coste de generación eléctrica de al menos un 25% adicional. A ello habría que sumar el pago del déficit de tarifa pendiente.

En el caso de que asumamos la sustitución de la energía eléctrica de origen nuclear mediante fuentes de energía renovables –aunque esta sustitución sea actualmente técnicamente imposible por la intermitencia y nula capacidad de regulación de las energías eólicas y fotovoltaicas–, entonces estas cifras se multiplicarían por más de cuatro veces. Así, el coste de prescindir de la energía nuclear alcanzaría casi el 20% del actual PIB español. Y ello sin incluir los eventuales pagos expropiatorios que pudieran derivarse del cierre de las nucleares. A todo esto habría que añadir el impacto directo sobre el desarrollo industrial de un sector asociado a la tecnología nuclear, que ocupa a 30.000 personas.

Pero estas cifras sólo reflejan el impacto directo, que ni siquiera es el más importante. El impacto adicional verdaderamente relevante si se prescindiese de la energía nuclear sería el sufrido por la competitividad, la deslocalización y el empleo en el tejido productivo y, en particular, en el sector industrial, ante el aumento adicional de sus costes energéticos. La prolongación de la crisis durante años y el agravamiento en la destrucción de empleo serían parte de estas consecuencias.

2) Seguridad de suministro
Descartando la hipótesis de una sustitución 100% renovable debido a la imposibilidad técnica mencionada, en el caso de la sustitución por la alternativa disponible más «económica» de los ciclos combinados de gas natural nos encontraríamos con un problema geoestratégico de primer orden. Aumentaríamos nuestra ya elevada dependencia energética exterior por encima del 90% y la seguridad del abastecimiento dependería aún más de la evolución política y social en productores de gas natural del norte de África y Oriente Medio a cuya inestabilidad asistimos.

3) Medio ambiente
La producción eléctrica de origen nuclear está libre de emisiones de CO2 Su sustitución por ciclos combinados de gas, y aunque éstos ofrecen menores efectos medioambientales que el uso del carbón, acarrearía la emisión anual adicional de 22 millones de toneladas de CO2, equivalentes a las emisiones de aproximadamente la cuarta parte del parque automovilístico español.

Para poder tener un futuro de prosperidad y bienestar, los españoles debemos apreciar lo que nos aporta la energía nuclear, y asumir y gestionar adecuadamente sus riesgos. Porque una decisión de cierre de las centrales ante el eventual riesgo de tsunamis de 10 metros sería equivalente a ordenar el despoblamiento a perpetuidad de todo el litoral español por «grave» riesgo de inundación.


Fernando Navarrete
Director de Economía y Políticas Públicas de FAES