Afganistán
La OTAN se desangra en Afganistán
Empantanados en el terreno militar y arrinconados en el político, los aliados tachan con ansiedad en el calendario los días que les quedan para salir del avispero afgano. Una guerra en la que se han perdido casi 2.500 vidas –1.598 de ellas de soldados estadounidenses– y de la que ya no esperan nada.
Salvo que se obre el milagro y las tropas afganas consigan controlar a los talibán, que cada vez se muestran más envalentonados. El último frente activo es el de las víctimas civiles o «daños colaterales» –según el bando– que ha terminado por desatar la ira del presidente afgano, Hamid Karzai, contra las tropas de la Alianza. Ayer, en un discurso desde Kabul, advirtió a los aliados de que se arriesgan a ser vistos como fuerzas de ocupación en lugar de como amigos por sus múltiples «errores» contra civiles. Karzai se refería a la muerte de 12 niños y dos mujeres –según el recuento de fuentes gubernamentales; nueve, según la OTAN– en un ataque aéreo en Helmand el pasado fin de semana.
Las víctimas civiles en bombardeos de las tropas extranjeras se han convertido en uno de los principales obstáculos de la OTAN para ganarse la confianza del pueblo afgano. La polémica sobre si las fuerzas de la Alianza deben o no lanzar ataques aéreos contra viviendas en las que sospechan que se encuentran ocultos terroristas no es nueva. Sin embargo, la dura posición de Karzai, que amenazó con tomar medidas si continuaban produciéndose estos incidentes, podría abrir una grieta importante entre Occidente y el impopular mandatario afgano, que subió al poder gracias al apoyo de la comunidad internacional. En otras palabras, de Washington.
Con voz firme, Karzai dijo que las redadas en viviendas en busca de insurgentes «no están permitidas» y que «la paciencia del pueblo afgano con las tácticas [de los aliados] se ha agotado», poniendo de relieve el desafío que supone lograr el apoyo popular para una guerra cada vez más violenta y que dura ya más de una década. El presidente afgano desea abandonar el papel de «títere» para forjarse una imagen como defensor de Afganistán y distanciarse así de las tropas occidentales ante su propio pueblo. El giro responde al creciente resentimiento de la población local contra la presencia extranjera.
Quizás por ello, Karzai utilizó un tono populista y gestos vehementes. Con el dedo en alto amenazó: «Deben dejar de bombardear viviendas afganas. Si no lo hacen, el Gobierno afgano será forzado a tomar medidas unilaterales». A esta advertencia, agregó que ya había avisado a comandantes de la OTAN «cien veces» al respecto y que solicita una reunión urgente para reforzar ese mensaje. Un Karzai enfurecido sabe que tiene todas las de perder y sus represalias solo empeorarían la situación, ahora más que nunca cuando las fuerzas extranjeras libran una carrera contra reloj para formar a las tropas afganas y la Policía local para traspasar el control de la seguridad.
La OTAN se prepara para comenzar este verano la retirada de algunos de sus efectivos y la respuesta de los insurgentes ha sido una contundente campaña de ataques. Ayer, de nuevo, un comando suicida talibán atacó una base militar italiana y un edificio del Gobierno en Herat, la principal ciudad del oeste de Afganistán. Los dos ataques simultáneos se saldaron con cuatro muertos y cerca de cuarenta heridos. El jefe de la Policía provincial de Herat explicó que uno de los suicidas hizo estallar el camión que conducía en la entrada de la base mientras otros cuatro atacantes asaltaron un edificio.
Los ataques en Herat, donde se encuentra el grueso de las tropas españolas, son muy preocupantes porque se trata de una ciudad pacífica, y será una de las siete zonas donde comenzará en julio la retirada gradual aliada. Pero hasta entonces, las tropas aliadas tendrán que hacer frente a las sucesivas ofensivas de los talibán que, desde que empezó el mes de mayo se han cobrado las vidas de 55 militares en diversos ataques, prácticamente la cuarta parte de los fallecidos desde que comenzó 2011.
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