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Próstata y sabiduría por José Luis Alvite

La Razón
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¿En qué momento puede decirse que ha empezado a envejecer de verdad un hombre? ¿Acaso cuando nota que en su conducta la sensatez puede más que los instintos? ¿En el instante en el que se da cuenta de que puede parecer irresponsable si hace esfuerzos que en vez de proporcionarle un placer le ocasionan una lumbalgia? Se puede medir el envejecimiento por la imagen deteriorada de nuestro rostro en el espejo, pero también por la resignación, por la rutina moral y, sobre todo, porque tememos que con cualquier esfuerzo fisiológico inesperado podamos perder al mismo tiempo la salud, el tiempo y el prestigio. En realidad envejecemos en el momento en el que renunciamos a la audacia y nos asusta la temeridad. Eso ocurre por aplicar mal la experiencia, esa discutible sabiduría que es a veces una disfunción de la próstata. Nunca se es lo bastante mayor como para confundir la reputación con el tedio. Muchas de las cosas que nos causan íntima satisfacción son las mismas que nos producen cansancio. Lo que ocurre es que desde niños nos inculcaron la idea de que los placeres son un lujo reservado a la juventud, igual que nos dijeron que a cierta edad sólo hemos de considerar sensato el esfuerzo de razonar. Se trataba de simples recomendaciones morales de las que yo nunca hice caso. Que no sea el hombre turbulento y entusiasta de hace unos cuantos años no significa que haya perdido interés en los vicios, ni instinto para los excesos. Mi conciencia es tan tolerante como antes y sé que aún podría cometer cualquier error imperdonable sin temor a arrepentirme. Por eso creo que la vejez de un hombre empieza cuando las cosas que tendrían que darle placer, le producen vergüenza.