Caracas

Resignación diplomática

La Razón
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Si algo ha caracterizado a la diplomacia española en estos años de gobiernos socialistas ha sido la pérdida de peso en el contexto internacional, la incapacidad para marcar nuestra propia política y no ir a remolque de otros y el compadreo con regímenes muy poco recomendables hasta el punto de convertirse en auténticos abanderados de Cuba o Venezuela ante las democracias occidentales. La voz de España en los foros donde se toman las decisiones trascendentales ha sido casi inaudible. El crédito español bajo la presidencia de José María Aznar se esfumó porque el Gobierno se encargó de ello. Cuesta encontrar alguna decisión adecuada en política internacional más allá de aquéllas que fueron impuestas por el peso de los acontecimientos, como las participaciones en misiones internacionales. Que el principal legado de este Ejecutivo sea la Alianza de Civilizaciones lo dice todo. La peor noticia es, sin embargo, que esto no ha acabado y que nuestros intereses pueden verse aún más perjudicados en distintos frentes.

El contencioso por Gibraltar ha estado marcado por la resignación diplomática en la etapa de Rodríguez Zapatero. El error histórico que supuso la visita de Moratinos al Peñón en 2009, la primera de un miembro del gabinete español en tres siglos, y que de alguna manera modificó el estatus de la colonia, fue la consecuencia lógica de una política consentidora y entreguista que tuvo su episodio principal en la creación del Foro de Diálogo Tripartito con los gobiernos de España, Reino Unido y Gibraltar en 2004. Esa decisión supuso de facto reconocer el Peñón como elemento soberano.

De aquellos polvos han llegado luego los lodos de las irrupciones en nuestras aguas territoriales, los constantes rellenos en la colonia que poco a poco han ganado terreno en las playas españolas o los desplantes como el que Peter Caruana, ministro principal de Gibraltar, protagonizó ayer con la suspensión de las próximas reuniones técnicas del foro de diálogo por los incidentes entre la Policía gibraltareña y la Guardia Civil en aguas que rodean el istmo. El Gobierno marginó la reivindicación principal, la cuestión de la soberanía, hasta olvidarse de ella, y las consecuencias están a la vista.

Si Gibraltar es una nota negra en el balance diplomático de los socialistas, Venezuela representa más de lo mismo. El régimen de Chávez se ha convertido en un santuario para ETA sin que el Gobierno haya sido capaz de obtener de su «aliado» iberoamericano otra cosa que chulería y desconsideración. La protección del terrorista Cubillas y la respuesta del caudillo a las peticiones españolas –«a palabras necias, oídos sordos»–, con la negativa de la Fiscalía chavista a la extradición del pistolero incluida, debería ser más que suficiente para una contundente actuación diplomática, pero Moratinos está encantado con el trabajo «positivo» de Caracas contra la banda etarra.

Es un hecho que la política exterior española no invita a la tranquilidad ni genera confianza, porque ha prestado un flaco favor a los intereses generales de la nación. En realidad, Gibraltar y Venezuela son el paradigma del papelón diplomático diario de este Gobierno.