Fotografía

Michael Jackson homicidio

La Razón
La RazónLa Razón

Escribo este artículo con la imagen delante de la fotografía del cadáver de Michael Jackson, mostrada por el fiscal en el Tribunal Superior de Los Ángeles, durante el juicio que se está celebrando por la muerte del cantante. La fotografía pareciera ajustarse a cánones más estéticos que documentales, en la medida en que parece aportar un ejemplo más de esa extensa iconografía de «yacentes» que, desde el Renacimiento, ha jalonado la historia de la cultura visual occidental. Iría más lejos: su efecto difuminado genera un clima de paz y de serenidad que, descontextualizada, podría llevarnos a pensar en una tranquila escena de hospital, en la que se muestra al paciente reconciliándose con el sueño.

El exceso visual que caracteriza a la sociedad contemporánea ha conducido a que la única forma en que el espectador identifica la muerte sea mediante un énfasis en lo cruento: sangre, desmembramiento, escombros, etc. son los atributos consesuados universalmente para evidenciar este hecho. Acostumbrados, por tanto, a las pirotecnias visuales que diariamente nos entregan los medios de comunicación, la referida fotografía de Jackson resulta hasta amable, en la línea de aquel Marat de David que convirtió el momento de la muerte en un ideal de belleza.

Pero, claro, hay truco en todo esto: en la parte superior de la imagen, en paralelo al cuerpo acostado del cantante, se puede leer en luminoso «HOMICIDE». La estrategia, entonces, se descubre endemoniadamente perversa, en tanto en cuanto supone desplazar la agresividad de la representación desde la imagen estricta hasta el texto, el cual, por la frialdad y economía de medios con las que se expresa multiplica el impacto de lo visible. De una u otra manera, las imágenes acaban por ser obscenas. Y, en este caso, tal obscenidad no viene dada por lo que se ve, sino por lo que se lee –o mejor por el calculado diálogo entre ellos. Nos encontramos, pues, con un nuevo hito dentro de esa penosa genealogía hilvanada por la historia contemporánea de la imagen, por la cual el único momento de auténtica intimidad que existe –el de la muerte- es violentado y aireado sin contemplaciones de ningún tipo. No hay piedad alguna del hombre para el hombre: cuanto más se pueda alimentar el circo mediático mayor será el grado de normalidad que experimentemos en nuestras vidas. Así de enfermos estamos.

Pedro Alberto Cruz Sánchez
Consejero de Cultura y Turismo