Ciencia y Tecnología

Principio de precaución por José Antonio VERA

Principio de precaución, por José Antonio VERA
Principio de precaución, por José Antonio VERAlarazon

No por conocida deja de ser importante. La polémica sobre las ondas electromagnéticas no es nueva. Aunque ahora la vuelve a resucitar la OMS y una resolución del Consejo de Europa en la que pide a sus 47 Estados miembros que prohíban el uso de los teléfonos móviles y los teléfonos DECT en los colegios, así como los interfonos de vigilancia para bebés, las redes WiFi o WLAN y otros aparatos que emiten «ondas pulsadas», es decir, emisiones electromagnéticas cuyo uso acumulativo o precoz puede tener riesgo para la salud. Una decisión que es continuación de la que tomó hace un año el Gobierno francés eliminando las redes WiFi de bibliotecas, colegios y lugares públicos, al tiempo que ponía en marcha estudios para medir los efectos de la exposición continua en los centros escolares. Sin ánimo de alarmar ni de generar falsos debates, entiendo que es adecuado tomar este tipo de medidas, sobre todo cuando existen sospechas de riesgos para la salud como consecuencia de las radiaciones de baja intensidad. Al menos no hay informes científicos concluyentes en sentido contrario, o sea, que descarten completamente el peligro, mientras que sí se sabe, y está comprobado, por ejemplo, que las frecuencias que emiten la telefonía móvil y los transformadores y cables de alta tensión perjudican sobremanera a las redes informáticas y a las bases de datos, creando todo tipo de distorsiones. El quince por ciento de los problemas de los ordenadores y los equipos electrónicos actuales tiene su origen en estas ondas pulsadas. Conocemos de sobra lo que perjudican los teléfonos móviles a los equipos electrónicos de los aviones mientras están en vuelo.


Procede, por tanto, hacerse la siguiente pregunta: ¿Si las ondas son malas para las máquinas, como es que no lo son también para los hombres? No hay manera de que nadie diga categóricamente que sí, aunque tampoco se atreven a asegurar lo contrario. Nada se dice de los presumibles efectos acumulativos de las ondas no ionizantes, aunque estudios como el «Interphone» de la OMS llegan a afirmar que por cada cien horas de uso del teléfono móvil, el riesgo de meningioma (tumor cerebral) aumenta un 26 por ciento. Y todos los informes epidemiológicos admiten que los routers WiFi tienen riesgos reales para la población infantil, ya que los cerebros y el sistema nervioso de los más pequeños se encuentran en pleno desarrollo. A este respecto, el Consejo de Europa recomienda, con efecto meramente preventivo, no tener encendido el WiFi 24 horas al día si no es necesario, amen de meter la cobertura inalámbrica solo en aquellas habitaciones de la vivienda en las que se vaya a trabajar, pero no en los dormitorios, por ejemplo. El Consejo insta a investigar para obtener pruebas sólidas para evitar algo que podría tener un coste económico y sanitario elevado, como lo fue en otra época el amianto, la gasolina con plomo, los metales pesados, los pesticidas o el tabaco. Estoy completamente de acuerdo en que el principio de precaución debería imponerse con las medidas que los gobiernos estimen necesarias. Lo peor sería no hacer nada cuando existen sospechas fundadas de que puede haber problemas. Y no precisamente pequeños.