Pactos electorales
El inquisidor por Alfonso Merlos
La desmesura se paga, especialmente cuando va asociada a la hipocresía, el cinismo, la torpeza y las patéticas formas de aleccionar o llevar a la hoguera al prójimo. Y así se nos presenta ahora el sonriente Blanco, atrapado en sus desproporcionadas palabras y sus grotescas obras. Y compareciendo ante el más Alto Tribunal del reino después de haberse metido, sin tregua y con devoción, en el traje de los viejos jueces eclesiásticos que conocían causas de fe.
Fracasado políticamente, derrotado en su ambición de abrir causas generales de corrupción contra el Partido Popular, porque siempre eran las huestes de Rajoy las que se pasaban de la raya, es el otrora bastón de Zapatero quien debe explicar si se ha pasado unos cuantos pueblos. O sea, unas cuantas gasolineras.
Aquí no se dirime el regalo hipotético de cuatro americanas y un juego de corbatas, sino la perpetración de los más horribles delitos que se pueden asociar a la corrupción política: la coima, el soborno, la intriga a cambio de la pasta en montones y montones de troitiños, es decir, de billetes de 500 euros. Digámoslo claramente: aquí se ventila si el hombre que todo lo podía en el PSOE y todo lo movía en el Gobierno es un vendido, si tiene precio.
De forma infatigable y empachosa, entrando incesantemente en bucle, el genio de Palas de Rei intentó probar que la derecha política española se había constituido en el caldo gordo de una pestilente olla de corrupción. Veremos ahora si no es el inquisidor el que termina cociéndose en su propia salsa.
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