Estreno teatral
La corrupción humana por Sabino Méndez
Estos días, como a raíz de la crisis han caído muchos tinglados y se han descubierto a algunos corruptos impensables, es muy habitual oír la frase de que el poder, a la larga, corrompe. Se dice como si ese proceso fuera algo tan inevitable como la muerte o la lluvia. Parece que preferimos olvidar que la corrupción, por acción u omisión, es finalmente una decisión o iniciativa individual y personal.
Que salgan a la luz las corrupciones es lo más sano. Que se descubran es precisamente síntoma de salud, de que el sistema de detección funciona. Ahora bien, como muchas veces nos sorprende que quien cae en la debilidad de la corrupción tenga un perfil muy humano, buscamos causas como esa de que el poder corrompe.
Desviamos así las culpas de nuestras decisiones a entes abstractos. Hablamos entonces de la capacidad o el poder como si fueran virus o cosas contagiosas que se introducen en los cuerpos y derrotan a los hombres. En el fondo, es el otro filo de ese mismo cuchillo de pensamiento mágico lo que se halla en los quincemayistas al respecto de estos temas.
Pero el poder y la capacidad no son cosas negativas por sí mismas. Hay muchos que han alcanzado cierto poder y lo han usado estupendamente, para redescubrir vacunas, salvar a niños, salvar vidas humanas, o crear grandes tesoros universales.
Hay que sustituir de una vez las éticas de la convicción por las éticas de la responsabilidad. De lo contrario, connotamos erróneamente como negativas cosas que son positivas. Y lo hacemos sólo para excusarnos del mal uso que hacemos de ellas.
Es fácil ser virtuoso cuando no has sido tentado. El poder lo único que hace es poner a los hombres frente a la evidencia del material del que están hechos.
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