Crítica de libros
Silencio de dentista
Vivimos con más estrechez que hace algunos años y no hay que descartar que la situación empeore, así que tendremos que prepararnos para un cambio sensible en nuestro modo de vida, tan gastador y festivo, tan callejero. Habremos de volver los ojos hacia una existencia frugal y contenida, con el estilo restringido, casi claustral, de las cautelosas y ahorrativas sociedades luteranas, en las que el placer se mide por el disfrute de los sacrificios que impiden la felicidad luminosa y explícita. Esa Europa tan sobria y medicinal se acuesta temprano y madruga mucho, produce con ahínco en el trabajo y se retira a casa antes de que haya anochecido. Los españoles hemos cambiado mucho en pocos años y nuestra productividad es ahora más que aceptable, pero todavía la terraza del café nos tienta más que la biblioteca de casa. Y ése será el cambio que nos venga impuesto por el imponderable de las restricciones económicas: el repliegue en lo doméstico, la vida en familia y todas esas conductas tan terapéuticas que adoptan por lo general los belgas, un pueblo que, por lo visto, ha descubierto el placer que supone encontrar divertido el aburrimiento. La Europa luterana y calvinista que nos aprieta las clavijas es un mundo saludable y hermético poblado por gente que vive con el aliento tasado y practica un sexo ordenado y saludable. Es sin duda un estilo existencial que encaja mal con nuestro modo de vida, pero habremos de plegarnos para no sucumbir. Nosotros somos una sociedad vitalista, expansiva y ruidosa, incompatible con ese orden antibiótico y mecánico de la Europa fría y albigense. Pero no queda otra que aceptar. Aunque a una sociedad como la nuestra, ese orden terapéutico nos recuerde que en España sólo era así el inquietante silencio en el que susurraba la broca del dentista.
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