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Claqué en la zona cero

Director: Stephen Daldry. Guión: Eric Roth, según la novela de Jonathan Safran Foer. Intérpretes: Thomas Horn, Tom Hanks, Sandra Bullock, Max Von Sydow. Duración: 129 minutos. Drama.

La Razón
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Si un puñado de filósofos –desde Didi-Huberman hasta Agamben– llegó a la conclusión de que el Holocausto era irrepresentable, o de que no teníamos derecho a inventar imágenes que quisieran estar a la altura de la barbarie, Daldry ha decidido quitarles la palabra, contradecirles, enmendarles la plana. Otro Holocausto, esta vez saturado de imágenes, imposible instalación artística del declive del imperio occidental, sirve como «leitmotiv» del filme. Lo más inteligente habría sido enfrentarse al 11-S desde la sustracción, dándole la espalda al acontecimiento mediático para crear una fábula oblicua, tangencial, que hablara del desastre sin oler sus ruinas. Sin embargo, Daldry toma el camino más fácil y escoge a un niño con el síndrome de Asperger como portavoz del duelo. Lo que se ha dañado es la familia americana, y hay que restituirla para volver a empezar. El viaje de Oskar (irritante Thomas Horn) por ese paraíso perdido llamado Manhattan tiene el objetivo de recuperar la memoria de una víctima del atentado, un padre que es más una idea que un cuerpo, que un individuo. Lo peor del caso no es que Daldry ni siquiera se tome la molestia de crear un vínculo de empatía con el niño, ni de cargar de densidad psicológica un vagabundeo que acaba en el mismo punto en el que empezó. Lo peor es que intenta representar lo irrepresentable con artimañas varias –mensajes telefónicos, cuerpos desenfocados cayendo al vacío–, convirtiendo ese Holocausto en materia prima de anuncio de seguros de vida. El desastre es, en sus manos, una maniobra publicitaria, un espectáculo melodramático bailando claqué en la zona cero.