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Museo Thyssen

Operación Tita

La Razón
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La vida del chisme en plena canícula acaba pareciéndose a una película de Ozores. Podíamos estar en «Operación Mata Hari», o en «Operación bikini», cuando nos encontramos como gran atracción para la verbena estival con la «Operación Tita», otra vuelta de rosca en el interminable culebrón de la guerra de los Thyssen, cuyas batallitas con supuesto afán parricida se caracterizan más que nada por la guerra que nos dan al público en la parrilla televisiva.Puede que lo que le ocurra a esta gente es que no saben ser millonarios y necesitan salir continuamente al cotarro para creérselo. No sé lo que cobrarán por imponer su presencia en los mentideros y dar la tabarra por un quítame allá unos kilos de herencia o un resbaladizo sentido de la honestidad en los vínculos familiares, a lo mejor tienen tirón popular, pero para un crítico objetivo sus disputas tienen nulo interés dramático y despiden un aire a dinero mal digerido que se acaba descomponiendo en un trastorno chabacano.Al niño Borja, ese pedazo de melón de corazón, alguien tendría que decirle que dejase de dar la barrila como un pollastre mal criado y que valore lo que tiene, que ya es mucho para sus méritos. Y a su señora que se peine, que coma y calle. Y que respeten a doña Carmen Cervera, viuda de su padre putativo, el barón Thyssen, que si bien no logró destacar como artista de cine, ha tenido un talento inmenso en el arte de la seducción y ha tragado y trabajado duro para traer una fortuna a casa. Así, todos conformes, serían felices y no comerían deslices. Que ya es hora, demonios.