Artistas
Marisol Ayuso: «En el cine hay tribus como en el periodismo»
Ha hecho revista, cine, teatro, televisión. Y, ahora, la actriz de los ojos más verdes confiesa que se siente una «privilegiada» por trabajar en «Aída»
Sólo una vez estuvo dispuesta a dejar su carrera por un hombre. Tenía 19 años y se enamoró de un joven rico. Él le pidió que dejara el teatro y ella accedió. Se comprometieron. Pero empezó a mostrar rasgos que ella desconocía: resultó déspota, machista, violento. «No podía hablar de teatro, no podía ponerme ropa que no le gustara... Fue horroroso. Todo acabó después de que me maltratara. Para una vez que estuve dispuesta a dejarlo todo por un hombre, mire cómo me salió...», me cuenta en la penumbra de una cervecería próxima a su casa. Siempre fue bailona (ahora, no) y precisamente comenzó como bailarina en la compañía de Marujita Díaz, en el Maravillas. Rodó «Operación cabaretera» con sólo 23 años.–Recuerdo que me lo pasé muy bien. Me reía mucho con López Vázquez y con Gracita Morales. Había que conocerla. Era muy frágil. De repente se le disparaba el genio y no había quien la aguantara. Era su forma de defenderse. Los actores somos inseguros y vulnerables, y Gracita tenía los nervios a flor de piel por todo lo que le pasó: su marido, el pintor, la dejó decían que por un hombre. No lo podía asumir. Le cogí cariño.–¿De qué hacía en la película?–De «pilingui». Entonces decíamos mucho «pilingui» para referirnos a las furcias; no sé si ahora se sigue diciendo...–Lo oigo sólo a las actrices de antes.–Pues entonces, si eras hermosa y llamativa, siempre te tocaban papeles de «pilingui». Paloma Cela, que era un bellezón, le decía a Mariano Ozores: «Siempre me llamas para hacer de lo mismo», y Mariano le decía: «¿Qué quieres, que te llame para hacer de monja?» Y así estábamos, «pilinguiando» por los platós.–Era 1967, y Chicho Ibáñez Serrador estrenaba en TVE «Historias de la frivolidad».–Me acuerdo perfectamente. En un capítulo trabajaba Irene Gutiérrez Caba, una de las mejores actrices españolas. Hice con ella «La vieja señorita del paraíso», de Gala.–La que se lió con «El graduado»...–Un escándalo. Siempre me gustaron los hombres mayores que yo. Y que me conquistaran, no conquistar yo. A lo mejor era por pereza.–José Legrá era campeón de Europa de los pesos pluma...–No me gusta el boxeo, ni la fiesta nacional. Soy antitaurina. Me llevaron de pequeña y me puse a llorar. El ambiente inicial es bonito, la figura del torero es artística y algo femenina, pero luego la corrida es cruel.–España es cruel, Marisol.–Sí, sobre todo con los animales. Y su crueldad viene, creo yo, de la falta de cultura. Me encantan los animales. Hay que respetarlos. Últimamente hemos trabajado en «Aída» con una cabra. Qué paciencia y qué nobleza muestra el animal. Sólo no le gusta que le toquen los cuernos.(A nadie le gusta que le toquen los cuernos, le digo, y se ríe. Su perra se llama Maggy y su gato Larry. Mientras habla juega con las cuentas de su collar. El pelo rubio, tirante, recogido por detrás. Los ojos verdosos que a veces se humedecen, intuyo que por la evocación de algunos recuerdos, bailan vivos de los míos a mis notas, y a veces se quedan fijos en la nada, hurgando en la memoria. Me dice que el franquismo lo llevó bien: «Mi familia era de derechas y monárquica». Pocos saben que su madre fue una aristócrata descendiente de vizcondes: «Eran de la rama de los Borbones. Yo no tengo título, ni falta que me hace. ¿Para qué quiero uno si no tengo dinero?»).–Pero sí sufrió la censura...–Claro. Los censores eran unos caraduras de cuidado. Estaba en la revista y nos hacían formar en el escenario para ver cómo íbamos. Te ponían una mano en la teta para decir: «El escote tiene que llegar hasta aquí». O en el culo para decir que había que alargar los shorts. Total, que te metían mano disimuladamente. Y a ver quién decía algo. También recuerdo la luz roja que se encendía en los teatros para avisar que estaba la censura entre el público; entonces los cómicos se aguardaban las «morcillas» habituales.–Ahora triunfa con «Aída»...–Tal como está el panorama, soy una privilegiada. He tenido doble suerte: primero porque me escogieron; luego, porque la serie ha funcionado. Ya llevamos cinco años. A mi edad, los 65, es difícil trabajar. Respeto todas las protestas, pero creo que los actores deberíamos protestar antes que nada por el paro, por el paro general y por nuestro paro. Mayormente, en la televisión sólo quieren jóvenes. No lo entiendo.–Me imagino que se acuerda muchas veces de las malas rachas...–Sí, de cuando no me llamaban para nada. Se pasa muy mal. Tienes la sensación de que se han olvidado de ti, lo más terrible que puede sentir un actor. Todo el día mirando el teléfono, a ver si suena.–Dicen que la profesión está muy politizada...–Sí. A veces para mal, y a veces para bien. Hay tribus, claro, como en el periodismo. No estoy en ninguna, nunca me han dado un papel por mi ideología.–Superó una grave enfermedad...–Un cáncer de mama. Me lo cogieron a tiempo. Tenía 42 años, estaba en mi plenitud. Al principio me asusté; luego, decidí luchar, qué remedio.–Pero cambió su vida.–Sí, aprendí a aceptar mejor los contratiempos, a valorar más las pequeñas cosas. Tienes la impresión de que te han concedido una prórroga y le sacas más el jugo a todo. Pero han pasado 23 años y aún voy a las revisiones con miedo.–¿Y la relación con los hombres?–Me volví menos fogosa. Por la cicatriz, ¿sabe? Yo, que tenía un pecho tan bonito...Vivía con el temor a que un hombre mirara aquella marca con asco. Me hubiera muerto de pena de vivir algo así. Entonces, te cierras como un erizo.(Se acuerda mucho de su madre: «Se me fue muy joven». La chica exótica de los 60, la rubia alta de ojos verdes de la que Manolo Viola, el pintor, dijo que era «la mujer más guapa que ha habido en la revista», cree que ha sabido envejecer con dignidad: «He luchado mucho, pero no me siento Agustina de Aragón. No se puede tener todo, no todos los sueños se pueden alcanzar»).–Su personaje en «Aída», doña Eugenia, se acuerda de sus tiempos de gloria en el espectáculo...–Sí, me gusta, pero no se parece a mí en casi nada. Yo no soy tan burra ni me meto esos bocadillos de panceta. Soy auténtica y cabezota, eso sí.–Vive sola...–Bueno, vivo sin hombre, pero vivo con mi hija. Me ha ido bien en soledad. No pienso en un hombre, y si lo tuviera, le diría: «Oye, tú en tu casa y yo en la mía», porque la convivencia es difícil a cierta edad por las manías. He dado con muchos tontos, pobrecitos, ahora lo puedo decir. No he tenido suerte. Pero no voy de víctima: he sido especial, de carácter. Y a los hombres nunca les han gustado las mujeres que aguantan poco, que no tragan con todo.(Tiene ganas de volver al teatro, «porque en el escenario está la verdad, ese subidón...» Se fuma un cigarro de vez en cuando, bebe buen vino, lee en la cama, va al cine. Madrugar –«lo peor de trabajar en la tele»– le sigue pareciendo duro. Salimos al sol y sus ojos verdes parecen más verdes todavía).
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