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Predicadores laicos
Tono, en su sagaz «Diario de un niño tonto», se inventaba una escena en la que el maestro le preguntaba a un alumno cuánto eran dos y dos y éste le respondía: «¿Y a usted qué le importa?». Por supuesto, lo que provoca el humor de la respuesta es lo inesperado de la reacción, porque vulnera el habitual instinto de cooperación que suele aparecer en los humanos para buscar la verdad cuando se nos hace una pregunta; o sea, para intentar acertar. Al fin y al cabo, la búsqueda de la verdad en un hombre honrado no es otra cosa que conocimiento en formación (creo que eso lo dijo Milton).
Si han viajado un poco, también sabrán que, al llegar a una ciudad nueva y preguntar una dirección, nunca sucede que nos contesten: «¿Y qué gano yo con decírselo?». Por tanto, parece posible que exista en nosotros una especie de instinto adaptativo de cooperación, lo cual pondría en crisis el concepto aceptado del darwinismo como pura competencia. La economía se mueve en gran parte por esa termodinámica entre cooperación y competencia. De cómo se articulen y administren esos dos grandes fluidos depende la evolución del progreso social y económico.
Ahora ha llegado el uno de mayo y los discursos de los líderes sindicales, la verdad, decepcionaron un poco. No se salieron de los tópicos habituales y, ya que se están convirtiendo en una especie de venerables predicadores laicos, se esperaba algo más: alguna propuesta innovadora de cooperación para la crisis o algo así. El peligro del tópico es que pone en los labios una consigna. Y pronunciar una consigna no es lo mismo que mantener una opinión, menos aún que haberla formado nosotros mismos para el duro presente que se avecina. Así que números, por favor, y no consignas.
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