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Las célebres «amistades peligrosas» de Heiner Müller se visten de cuero
Barcelona- Los sentimientos son pequeños prodigios creativos que otorgan valor a aquello que por sí mismo no lo tiene. Por eso son tan importantes para el ser humano, cuya característica esencial es darse valor. El amor, el odio, los celos, el deseo son así juegos que nos relacionan con los demás para darnos valor a nosotros mismos, porque solos no somos nada. Sólo hay un pero, como todo juego, siempre hay alguien que gana y otro que pierde y nadie quiere perder. ¿Qué valor nos da perder? Uno horrible, por supuesto, y entonces pasan desgracias. Esa es la base de «Las amistades peligrosas», de Choderlos de Laclos, y ese es el meollo de la genial adaptación que hizo el dramaturgo alemán Heiner Müller, desnudando la farsa perversa del primero hasta su esencia más dura y descarnada.
Sala de espejos deformantes
La Sala Atrium acoge hasta el 8 de enero «Quartett», la célebre relectura de Müller de «Las amistades peligrosas». De nuevo, nos encontramos con Valmont y Merteuil, los míticos personajes que popularizaron John Malkovich y Glenn Close en la versión cinematográfica de Stephen Frears, y sus apuestas por ver a quién son capaces de seducir. «Son dos libertinos que intentan desenmascarar la doble moral de esa sociedad acomodada que tiene mucho tiempo para aburrirse. Son gente con mucha capacidad de vicio, de ingenio, de vivir intensamente», aseguró ayer Jordi Prat i Coll, director del espectáculo.
En este caso, la acción se limita a dos actores y su enfrentamiento intelectual. Raimon Molins y Marta Domingo son aquí Valmont y Merteuil y al mismo tiempo Merteuil y Valmont, porque a lo largo de la acción se intercambian los roles, siempre vestidos de cuero. También interpretan a las dos mujeres seducidas por estos dos monstruos, la señorita de Volange, que hizo Uma Thurman en el cine, y Madame de Tourvel, que encumbró Michelle Pfeiffer. «Es un juego perverso, que lleva al límite la creatividad y te hace tener un punto de vista múltiple en todo momento», aseguró Molins.
La puesta en escena es una sala de espejos, donde los reflejos llegan hasta el infinito y donde el espectador también puede verse, como si formase parte de este juego oscuro en el que, sí, al final todo el mundo pierde.
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