Suiza
La semana de Martín Prieto: Confesiones X
Volvemos a jugar a las ecuaciones para revelar la X más clara del periodismo y la política española. Queda poco por descubrir de los intestinos sucios del Estado. Sólo que algunos resuelvan sus dudas morales
José Luis Gutiérrez, a la sazón director de «Diario 16», me convidó a cenar en un reservado con el entonces ministro del Interior José Luis Corcuera, para limar asperezas. Casi nos atacamos con las limas. En el calor de aquella noche elevamos indecorosamente las voces, y los camareros entraban con pretextos convencidos de que estábamos en reyerta rompiendo la vajilla. Intentando hacer de abogado del diablo pregunté al ministro: «¿Por qué habéis encargado esta chapuza a ratas de alcantarilla?». Corcuera replicó: «A ver si te crees que estas cosas se hacen con catedráticos de Filosofía». Ante aquella embozada confesión de parte calamos el chapeo, requerimos las espadas, fuimos y no hubo nada, para reposo de los restauradores.
La seducción de Felipe González, mucho más peligrosa que la inocente de Adolfo Suárez, siempre pareció la de Jano y su doble faz o la de un bipolar. La muerte de Franco la vivió velando con sus íntimos en su pisito madrileño de Pez Volador. Le alcanzaron una copa de champán y él la rechazó: «No seré yo quien brinde por la muerte de un español». Le pregunté qué era el cambio que preconizaba: «Devolver a los españoles el orgullo de serlo». Aznar o Rajoy podían haber dicho lo mismo, pero en otra ocasión ya había requerido mi opinión sobre asesinar a los etarras.
¿A qué vienen a estas alturas las declaraciones de Felipe González sobre la guerra sucia contra ETA plagadas de contradicciones, en las que confunde detención con secuestro y arroja sombras infames sobre el ya fallecido Segundo Marey? Al Gobierno, este ataque de moral tardía no le beneficia, y menos a Rubalcaba, gran silenciador de aquellos crímenes. Los que fueron procesados y condenados ya están en sus casas y creo que sólo Julián Sancristóbal, jefe de la Policía, devolvió su malversación de fondos reservados. ¿Cortina de humo para que nos distraigamos de los problemas reales del país? Como solía decir el propio González ante otros escándalos: «Esto sólo dura tres telediarios». Su decisión de no dinamitar la cúpula de ETA le ennoblece, pero las dudas que mantiene denotan una conciencia agujereada.
Que Felipe era la X del juez Garzón se cantaba en las coplas de ciego. Su dilema es más amplio que el asesinato de una dirección etarra que hubiera sido sustituida al día siguiente con poco daño operativo: es la chapuza de los GAL, un sicariato de sangre y dinero con unos 29 asesinatos equivocados o terroríficos.
El secuestrado Marey se salvó in extremis tras el calvario de esperar el tiro en la nuca, y le daban de comer fabada «Litoral», que según su publicidad: «Está de muerte». García Goena era un exiliado en Bayona por no hacer el servicio militar, y nada tenía que ver con el nacionalismo vasco. Como Interior estaba dejando de pagar a los verdugos, le pusieron una lapa bajo el coche para hacer recordar que seguían trabajando y precisaban la nómina.
AZNAR Y LA ESTABILIDAD
El juez Javier Gómez de Liaño me contaba que a Lasa y Zabala les torturaron hasta arrancarles las uñas, cavaron sus fosas, y les negaron confesión. En tanto, en un restaurante de Torrelodones, Corcuera distribuía sobresueldos a los mandos de Interior. No es de extrañar que su sucesor, el bueno de Antonio Asunción, abandonara el cargo en cuanto comenzó a abrir cajones. Cuando José María Aznar obtuvo la mayoría absoluta se negó a desclasificar estos secretos en pro de la estabilidad del Estado. Nunca se lo agradecieron porque dime lo que me debes y te diré lo que me odias. Sólo me queda una explicación de la entrevista: un muro de contención por si alguien (¿Amedo?) pone papeles encima de la mesa. Pero de crisis moral, nada. Que Felipe se busque otro Jordán.
El personaje de la semana
Jesús Eguiguren
Del presidente del socialismo vasco dicen que es una buena persona. Será a sus horas porque en 1992 fue condenado por maltratar físicamente a su mujer, lo que le obligó a dimitir como vicepresidente de la Cámara Vasca. La esposa, Rafaela Romero, preside las Juntas Generales de Guipúzcoa y la trifulca debió ser política porque la señora estima que lo único que tiene que hacer ETA es entregar las armas. Eguiguren lleva años haciendo de lanzadera entre el Gobierno y la banda y almuerza de continuo con Josu Ternera, responsable de una carretada de asesinatos y en busca y captura. En pro de la paz será testigo de la defensa de Arnaldo Otegui, que quiere ser el De Valera vasco cuando sea mayor y al que le pueden caer entre 18 meses y siete años, pero el presidente del PSE le precisa en la calle como a Ternera en Suiza. A Eguiguren no le ocupa que Urkullu le haya puesto los cuernos al lendakari Patxi López porque se da a tiempo completo a conspirar con los asesinos por encargo de Zapatero, Rubalcaba, Jauregui y demás familia. Con tanta comida está engordando. Padece síndrome de Estocolmo.
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