Crítica de cine
Tú a veranear y yo a «rodriguear» por Rosetta Forner
El matrimonio es demasiado diario, y para muchas parejas pasar las vacaciones juntos supone una «reválida» que no superan. Por eso, a la vuelta, se separan, al haberse dado cuenta de que no se aguantan. Por consiguiente, la separación temporal estival puede representar una suerte de «salvamatrimonios». Para el marido, quedarse sOlo en la ciudad, dueño absoluto del mando a distancia y sin que nadie le eche la bronca por nada, es una bendición. Asimismo, poder «descansar» de un marido quejica al que nada le parece bien, puede ser gloria bendita. No verse en unas semanas aligera el peso de la convivencia, ensanchar las alas y habitar el espacio de su vida según le convenga. No hay nada como «quedarse solo para despabilar»: darse cuenta de que también se sabe apretar los botones de la lavadora además de los mando de la tele. Así, cuando llegue la «vuelta al cole» él podrá ayudar en las tareas del hogar. Por cierto, los maridos infieles no esperan a quedarse solos en verano para ligar, eso lo hacen durante el año, ya que «las amantes son para el invierno». Es lo que tiene la liberación masculina, pues no sólo de compañía femenina vive el hombre.
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